Por Luis Hernández Navarro
La Jornada
Lo que debió ser una fastuosa boda terminó convertido en un simple y apresurado matrimonio en Las Vegas. Este primero de diciembre, el acto más importante en la liturgia laica de la República, el cambio de titular del Poder Ejecutivo, terminó transformado en una ceremonia acelerada, torpe y desordenada.
En pocos minutos Felipe Calderón llegó a un Congreso de la Unión sitiado por el Estado Mayor Presidencial, rindió protesta como Presidente de la República, estuvo a punto de que su antecesor le impusiera la banda, tuvo que ser auxiliado por un militar para que ésta se quedara en su lugar, desairó a los cadetes emplazados para rendirle honores, no pudo dar un mensaje a la nación y puso pies en polvorosa. Todo un tiempo récord para el registro del libro Guiness.
Tanta prisa en la toma de posesión del jefe del Ejecutivo no es un asunto secundario. Los rituales importantes de la vida pública como los de la religiosa requieren de tiempo para su desarrollo. Como momentos trascendentes que son, aspiran a ser instantes fundacionales de un poder soberano, lugares de comunión entre el mandatario y los ciudadanos. La investidura de una persona común y corriente en Presidente de la República es un rito laico por el cual queda constituido en la jerarquía de orden, con la potestad para ejercer funciones que sólo él puede desempeñar. Nada más anticlimático que el apresuramiento en una circunstancia así. ¿Qué pensar de una misa, un matrimonio o un desfile militar que duraran tan escasos minutos?
Tanta prisa no provino de que Felipe Calderón no quisiera hacer las cosas de otra forma sino que no pudo hacerlas. La única manera en la que le fue posible rendir protesta como Presidente de la República fue por medio de una blitzkrieg, la táctica militar para aniquilar rápidamente al enemigo, empleando todos los medios conducentes a ese fin.
La blitzkrieg contó con el apoyo de un impresionante despliegue policial y militar. Rejas, vallas, hombres armados tuvieron que formar una burbuja de contención para aislar y resguardar a Felipe Calderón de la ira de quienes lo consideran un usurpador. Las acciones ejecutadas por el Estado Mayor Presidencial rebasaron, con mucho, las medidas elementales de seguridad con las que hay que proteger a un mandatario.
El operativo contó, también, con un enorme aparato de propaganda como respaldo para maquillar la realidad, al punto de tenerse que hacer una verdadera cirugía plástica para "embellecerla". Los camarógrafos de Cepropie la institución gubernamental responsable de la emisión televisada de la ceremonia tuvieron que hacer milagros para que las imágenes y el audio no reprodujeran el clima de encono y animadversión que se vivía dentro del palacio de San Lázaro en contra de Felipe Calderón. A los locutores gubernamentales del acto les creció la nariz más que a Pinocho. Minutos después de que los legisladores se habían trenzado a puñetazos y más de un centenar de gargantas gritaban "¡Ya cayó! ¡Ya cayó! ¡Felipe ya cayó", la conductora oficial del ritual para la televisión, Diane Pérez, comentó que la toma de posesión se había realizado en completa calma y que el nuevo mandatario había empezado su gestión "con el pie derecho".
El que Felipe Calderón, con todo el apoyo de las instituciones tras él, haya tenido que recurrir a una blitzkrieg para tomar posesión es un indicador de la debilidad con la que asume la Presidencia. Un mandatario fuerte no tiene que recurrir a acciones fugaces de fuerza para presentarse ante la nación. No requiere de "innovar la tradición" como lo hizo la noche del primero de diciembre en Los Pinos, en una ceremonia hechiza, patética y aciaga.
La debilidad de Felipe Calderón tiene que ver con su ilegitimidad de origen. Llegó allí por medio de un escandaloso fraude electoral. Y conforme pase el tiempo ésta será la versión que recoja la historia. Porque como sucedió con el movimiento estudiantil-popular de 1968, con el fraude electoral de 1988, con la masacre de Acteal en 1996 y con tantos otros hechos ignominiosos del poder que se difundieron entre la opinión pública en los meses iniciales a que sucedieron mediante una intensa campaña de desinformación para desvirtuar lo realmente acontecido, conforme pasen los meses, más y más ciudadanos se convencerán de que Calderón llegó allí violentando la voluntad popular. Esa será la verdad histórica.
La flaqueza del nuevo mandatario salta a la vista con sólo ver su gabinete. Están allí los tecnócratas de siempre y los hombres y mujeres que operan como alfiles de los poderes fácticos. Es un gabinete de compromisos de campaña, que le deja al Presidente muy poca capacidad real de hacer, más allá de administrar los nuevos negocios. Un gabinete para llevar adelante una propuesta de gobierno que es, tan sólo, más de lo mismo: más Seguro Popular, más Oportunidades, la obligada reforma electoral de todo sexenio...
Pero la debilidad del michoacano se hace aún más evidente al hacer el recuento de los millones de hombres y mujeres que durante seis meses se han movilizado en todo el país para denunciar la usurpación y para luchar por una verdadera democracia. Es una marea que no cesa, que anuncia una tormenta mucho mayor. Esa protesta, es cierto, no pudo evitar que el nuevo mandatario tomara las riendas del gobierno. Logró, en cambio, despojarlo de sus ropas y mostrarle al mundo que el emperador está desnudo. La blitzkrieg no hace sino confirmar la enorme debilidad del nuevo inquilino de Los Pinos.
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