¡ALTO A LA REPRESION Y HOSTIGAMIENTO A LAS COMUNIDADES ZAPATISTAS!

diciembre 06, 2006

Otra ciudad y los perros

  • APPO

  • Por Lázaro Santiago

    El número de personas asesinadas por las fuerzas de ocupación (PFP) y los sicarios locales desde la batalla contra la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) del 25 de noviembre, fiesta de Santa Catarina de Alejandría, es todavía confuso. Por lo menos 5 muertos (Sin contar los 18 caídos anteriores, por disparos de bala en favor de Ulises, y también por cortesía de la misma PFP). Aparte, sólo del 25 de noviembre para acá, más de 250 detenidos, a quienes ya se les dictó acto de formal prisión (141 de ellos desterrados en una prisión del lejano Nayarit); 100 desaparecidos; y abuso sexual en contra de mujeres y niños; según la APPO, organizaciones en pro de los derechos humanos y los medios que han enterado de esta infamia. No es fácil demostrar esos crímenes de lesa humanidad. Y cómo no habría de serlo, si en Oaxaca se vive un estado de sitio implícito.

    La movilidad y la comunicación, la compartencia, la solidaridad, y la expresión de indignación de la gente, la salida del sátrapa Ulises Ruiz (y encerrado en un siquiátrico pague sus culpas), y la aplicación verdadera de la justicia en Oaxaca, la vida, son frenadas por el terror que la PFP fomenta en esta capital, que más bien ha servido para sostener al ex gobernador y dar margen de acción a su crimen organizado de policías, sicarios y porros.

    Controlan los Pefepos con su desagradable imagen de gorilas grises y acalorados, armados como si pelearan la definitiva contra los corta-cabezas del Narco, el zócalo de la ciudad, la plaza de Santo Domingo y el parque del Llano. Y pululan cual plaga por la ciudad de Oaxaca y Valles centrales. Cruzan en caravana de camionetas las calles y avenidas, haciendo detenciones, incluso de maestros frente a sus alumnos en las escuelas; y cateos de domicilios sin ninguna orden judicial. Abren paso a los sicarios en sus camionetas, quienes ya pueden operar a sus anchas. Luego las golpizas. La tortura vil. La desaparición de los inconformes. O la vieja ley del destierro.


    En la web sus equipos especiales (¿O tal vez la AFI, o el Cisen?) hackean las páginas afines al movimiento popular. Intervienen los teléfonos. Espían de civil por la ciudad. Uniformados por las esquinas. Montan retenes, se lanzan de cacería. Permiten a los paramilitares y porros hacer de las suyas. Y el activista político es convertido en criminal. El peor de todos. Establecen de facto los policías un toque de queda y actúan como vulgar ejército invasor contra su propio pueblo. Uno se pregunta por qué el gobierno federal y estatal persigue y mata a los ciudadanos que protestan y no usa el Estado esos recursos para detener a los cárteles del narcotráfico, que asolan el país con sus ejecuciones. Viene la sospecha que narco, televisión y gobierno son uno mismo. En suma, las fuerzas federales y los matones de Ulises en Oaxaca restituyen el estado de derecho, el apego a la ley y el respeto a las instituciones. Viva México. Restauran esas tropas, muchas vestidas de civil, la “Normalidad” a punta de Terror.

    De ninguna manera queremos sugerir que todo esto lo hagan los Pefepos solos. O sólo ellos. Tales fuerzas de ocupación, como dijimos, trabajan coordinadas con las policías estatal los siniestros “Ministeriales” y la municipal; y con la red de sicarios que Ulises ha movilizado, para “limpiar” la ciudad de la gentuza de la APPO. Las fuerzas del orden mercenario son auxiliadas, vergonzosamente, por los rebaños priistas que responden serviles al silbido del Cacique, o bien, simplemente a su mala entraña, pues propician y celebran la detención, la tortura, la desaparición o el asesinato de personas. Por complicidad y omisión, la cobertura de la PFP tiene una gran responsabilidad en la barbarie paramilitar, en la venganza, de Ulises Ruiz, el Orate Asesino, contra el pueblo que lo repudia en Oaxaca.

    En estas circunstancias, cuando los responsables de la represión dicen que se les acabó la tolerancia y utilizan todo el aparato del Estado contra el pueblo, escasean las pruebas documentales del genocidio en marcha. Hasta el momento no hay imágenes de la PFP y los sicarios disparando a los civiles desarmados, pero por fortuna para nosotros y desgracia de los miserables, la mirada del pueblo es vasta. Y dice Basta. Y dice Ulises ya cayó.

    Unos amigos de quienes guardo los nombres por seguridad (hay vienen los asesinos: quienes le quitan su hijo a la Madre de los desaparecidos) me contaron que poco después de las 21:30 del 25 de noviembre pasado, cuando los combates frontales entre la PFP y la APPO habían terminado y comenzaba una sangrienta cacería de brujas, ellos, mis cuates, subieron en un taxi con dirección a San Felipe del Agua, al norte de la ciudad, y vieron al pasar, junto a la Fuente de las Siete Regiones, símbolo de la unidad estatal, camionetas blancas estacionadas, y policías vestidos de negro ¿ministeriales?, disparando sin recato hacia la facultad de medicina de la UABJO con armas de alto calibre, las famosas cuernos de chivo. Lo que se dice ráfagas de plomo. A esas alturas, los de la APPO ya no tenían piedras ni canicas para defenderse.

    Nunca había escuchado tantos tiros, dijo uno de mis amigos, a quien llamaremos Hugo. Otro de los narradores, digámosle Paco, afirma que vio con claridad, pues iba del lado de la ventana del taxi, cómo un joven seguramente brigadista de la APPO corrió hacia la avenida que sube a San Felipe del Agua, hasta caer abatido por el fuego de los sicarios de negro.

    ¿Había más gente ahí? Otro testimonio, en este caso de Luis, quien miró desde otra posición, nos dice que la policía ministerial masacró a tres personas a esa hora, ahí afuera de la facultad de medicina. Él saca sus cuentas: fueron más de 100 tiros en dos minutos. Los rebeldes estaban acorralados, sin armas. Los esbirros dispararon como gringos locos en las películas de Vietnam. Dice narrador: Vimos desde el Hospital civil que levantaron los cuerpos y se los llevaron.

    El taxi siguió veloz su camino y más adelante, en avenida del Panteón, a la altura del Café Cafeína, mis amigos miraron con sorpresa que había estacionadas unas 40 camionetas, de la PFP y “civiles”, con varios elementos fuertemente armados cada una. ¿No se daban cuenta los pefepos de que había sicarios matando brigadistas de la APPO muy cerca de ahí? ¿O los estaban cubriendo? Para los matones de Ulises, murmuró Hugo, siempre hay tolerancia.

    Vuelta

    Como Cenicientas, Hugo y Paco salieron de su reunión en San Felipe poco después de la medianoche. Una amiga los llevó de regreso en su moderna camioneta de vidrios polarizados. Había intensos patrullajes de federales por la zona. Aquellos enfilaron hacia el centro, y en la vuelta que viene del parque Colosio vieron aparecer una caravana de camiones de la PFP, con un autobús blanco, sin ventanas, en la retaguardia. ¿Transportaría tropas, detenidos o cuerpos acribillados? Llevaba en la parte posterior un rótulo de Precaución.

    Por inconsciencia o sabiduría, la amiga al volante se pegó con su camioneta a la caravana y así pudieron librar los retenes sobre esa avenida. El primero en la iglesia de San Felipe. Les funcionó unirse al convoy. La camioneta que llevaban parecía de sicarios, así que los del retén creyeron que eran de los suyos, parte de aquel desfile represor y no los hicieron bajar ni los sometieron a las humillaciones que sí sufrieron los ocupantes de otros vehículos.

    En el segundo retén, a la altura del Rancho San Felipe se les enchinó la piel: los cuerpos de tres hombres yacían inmóviles, uno bocarriba sobre la calle, de chamarra amarilla, sobre un charco de sangre; dos bocabajo un metro más allá, sobre la banqueta. Como si allí mismo los hubieran plomeado. En torno un grupo de sicarios vestidos de civil adoptaba una actitud del cazador orgulloso frente a su presa como trofeo. Igual que las tropas invasoras en Irak al tomarse fotos junto a sus víctimas. ¿Quiénes eran? ¿Los habían golpeado hasta el desmayo? ¿Les dispararon? ¿O los convencieron de que asumieran esa posición grotesca de muñecos de trapo mientras pasábamos y después se levantarían como si nada y se marcharían a su casa?

    La caravana de la PFP siguió de largo, no se podía detener en estos inconvenientes: su misión era capturar a los criminales de la APPO. ¿Quiénes eran los acribillados frente a la facultad de medicina de la UABJO? ¿Y las personas que tiradas en el pavimento adornaban a sus verdugos? ¿Estarían vivas, necesitarían un médico? ¿Adónde se las llevaron? ¿Cuántos ya están muertos? ¿Cuántos jóvenes, maestros, padres de familia y vecinos secuestraron, detuvieron y asesinaron los paramilitares y sus padrinos de la PFP la noche del 25 de noviembre y en los días siguientes? ¿A cuántos estarán torturando en este momento? ¿Sabremos algún día todos sus nombres?



    Esta represión desproporcionada multiplica los agravios, crispa todavía más la polarización social extrema, al interior de las familias, entre los amigos, los vecinos, los compañeros de escuela o de trabajo… la cultura de la delación (Mira, ese es de la APPO, Mira ese es Priista). La búsqueda de la extinción del otro, que si no se van Ulises y la PFP muy pronto de Oaxaca, puede arrancar como un terremoto trepidante. ¿Esta es la nueva normalidad democrática? ¿Tanto así vale Ulises? ¿Hasta dónde llevará el daño Felipe Calderón?

    La plutocracia y sus empleados de la clase política están realmente nerviosos. Aterrados. Y eligen el fascismo. No quieren entender que la represión y la guerra sucia sólo harán que el conflicto se escale. No quieren saber de razones profundas, de pobreza, explotación y racismo, problemas que de no ser atendidos pronto con honestidad y justicia, con auténtica voluntad política y un ánimo de replantear las bases del pacto nacional en un nuevo Constituyente, que parta ahora sí de la realidad cultural en México y reconozca la obscena desigualdad económica y social; que se inspire en la experiencia organizativa y ética de los pueblos indígenas, y abandone el modelo capitalista y su gobierno de ricos, llevarán al país a un estallido armado absolutamente indeseable. Ya ven cómo nos gustan los centenarios.

    Y pensar que las balas, uniformes y comida de la PFP, los gases lacrimógeno y pimienta, las tanquetas, el sueldo de Caña Cadeza y Lino Celaya, los anuncios televisivos de Ulises y todos sus sobornos, los pagamos nosotros como ciudadanos. Que los asesinos priistas del periodista Brad Will ya están libres y que no podrán ser vueltos a juzgar por el mismo caso, pero sí van a recibir su aguinaldo, de nuestros impuestos. Pensar que nosotros financiamos el terrorismo de Estado. Qué impunidad


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