Por Hermann Bellinghausen
Carta al doctor Guillermo Selvas
En pocos días cumplirás un año encerrado en el penal de Santiaguito, (inútil diminutivo de Almoloya). Un tramo largo para ti, de experiencias terribles. Al momento de la represión contra San Salvador Atenco eras una pieza importante de la caravana que en 2006 recorría el país con la otra campaña de los zapatistas. Digo importante porque, médico de todos, eras el "Doc". Tu presencia rotunda, de hombre bueno y fuerte, garantizaba que las represalias de la naturaleza sobre la condición humana serían atendidas, curadas, prevenidas en esas intemperies.
Veías, escuchabas, participabas en los notables encuentros de esos días con mexicanos que no se rinden. Iba contigo Mariana, sensible y fuerte, jovencísima, digna hija tuya. Crueldad de los hechos, también ella se encuentra en prisión, y aunque no estén juntos, los vemos muy unidos tras los odiosos muros de Santiaguito. Acá afuera se les admira mucho.
Su dramática situación evoca tal urgencia que, aunque el tiempo pase despacio, cualquier mención a ustedes debe ser pública denuncia de la injusticia de que son objeto, y reconocer el enorme valor humano de todos ustedes, encerrados por ayudar pacíficamente. Nuestro país se llena de presos políticos, y aún así, el caso de ustedes reviste especial importancia.
Mira que ya como médico eres una rareza. Desde tus años de estudiante, al inicio de los años 70 en una muy politizada entonces Facultad de Medicina que se reponía del trauma del 68 antes que el resto de la UNAM, tuviste una clara idea de qué hacer: oponerte a las injusticias que sufría el pueblo. Hiciste un compromiso que a décadas de distancia sigues cumpliendo irreprochablemente. Personas que te han tratado y querido de toda la vida te describen como un idealista, especie de Quijote paradójico que reúne en el mismo cuerpo la terrenal bonhomía de Sancho Panza. Como tu meta nunca fue el enriquecimiento material sino el servicio, sueles dar pasos tan imprácticos y desinteresados como aquel de unirte a la otra campaña. Una raya más en tus sucesivas batallas contra los gigantes.
Te digo que eres un médico raro. Nunca escalaste en la administración ni te agenciaste una clientela acomodada para cobrar una buena lana. Siempre has trabajado en los servicios públicos de salud que atienden al jodido. Cuando empiezan, muchos futuros médicos abrigan "ideales sociales", pero al graduarse casi todos olvidan; es lo fácil. Tú tienes la ambición puesta en otro lado. Vamos, no merece llamarse ambición, sino algo mejor: anhelo, compromiso.
Ganaste la condición de preso político en el cumplimiento de un deber que tú mismo, libremente, te impusiste. Afuera, en las calles de Atenco, los policías rompían puertas y cráneos, vejaban, se disponían a torturar y violar. Y tú tenías al joven Alexis Benhumea con una herida en la cabeza. Entendiste lo mal que estaba. Las horas pasaban en aquel pobre refugio. Sabiendo cuánto arriesgabas, saliste a buscar medicamentos, instrumental y ayuda para hacer algo por el herido. Te volvió a ganar lo "idealista". Repetiste el absurdo de cumplir tu deber hipocrático y humano. Te detuvieron, golpearon y calumniaron miserablemente. Y te refundieron en modélico "castigo" y venganza, bien ilegal pero "con todo el peso de la ley".
Como sabes, eres otra víctima de uno de los hombres más peligrosos del país, el vicealmirante Wilfrido Robledo Madrid, a la sazón jefe de la policía mexiquense. El represor profesional que fundó la PFP con Ernesto Zedillo, destruyó la huelga universitaria de 1999 y tras algunas fechorías fue despedido. Más tarde lo resucitaría, escandalosamente, el cachorro priísta Enrique Peña Nieto, cubriendo alguna cuota con el capo político Carlos Salinas de Gortari. Todavía después de Atenco, y brincando atribuciones, Robledo fue ingeniero de la brutalidad contra los oaxaqueños. Ahora volvió al congelador. Ya saltará por otro lado. Ese sí es ambicioso. Claro, hay otros responsables: los partidos políticos, un gobernador, jueces, dos presidentes de la República, procuradores, comentaristas de televisión.
Procesos judiciales amañados, malintencionados, falsarios, bajo consigna y sin apego a los derechos humanos: tu reclusión es un crimen colectivo por el que deberán pedir perdón todos esos. ¿Qué país es éste donde los justos y generosos están en la cárcel y los bandidos se hacen cada día más ricos e "importantes" sin ninguna obligación moral ni fiscal? Sí, el país que quieres cambiar. Que estás cambiando. Como escribe el maravilloso poeta chino Tu Fu a su amigo Li Po: "Si estás encadenado, ¿cómo es que tienes alas?"
Tu compañera Rosalba y tu hijos Abraham y Nuri han dado para todos la pelea diaria desde el campamento civil frente al penal y promoviendo la batalla legal con todo en contra. ¿Ves que familia tienes? Padre ejemplar, hasta el límite. Recibe un saludo fraterno. "Ahí hablamos luego", como dice el tojolabal. Espero darte pronto el abrazo que aquí te platico nomás.
Carta al doctor Guillermo Selvas
En pocos días cumplirás un año encerrado en el penal de Santiaguito, (inútil diminutivo de Almoloya). Un tramo largo para ti, de experiencias terribles. Al momento de la represión contra San Salvador Atenco eras una pieza importante de la caravana que en 2006 recorría el país con la otra campaña de los zapatistas. Digo importante porque, médico de todos, eras el "Doc". Tu presencia rotunda, de hombre bueno y fuerte, garantizaba que las represalias de la naturaleza sobre la condición humana serían atendidas, curadas, prevenidas en esas intemperies.
Veías, escuchabas, participabas en los notables encuentros de esos días con mexicanos que no se rinden. Iba contigo Mariana, sensible y fuerte, jovencísima, digna hija tuya. Crueldad de los hechos, también ella se encuentra en prisión, y aunque no estén juntos, los vemos muy unidos tras los odiosos muros de Santiaguito. Acá afuera se les admira mucho.
Su dramática situación evoca tal urgencia que, aunque el tiempo pase despacio, cualquier mención a ustedes debe ser pública denuncia de la injusticia de que son objeto, y reconocer el enorme valor humano de todos ustedes, encerrados por ayudar pacíficamente. Nuestro país se llena de presos políticos, y aún así, el caso de ustedes reviste especial importancia.
Mira que ya como médico eres una rareza. Desde tus años de estudiante, al inicio de los años 70 en una muy politizada entonces Facultad de Medicina que se reponía del trauma del 68 antes que el resto de la UNAM, tuviste una clara idea de qué hacer: oponerte a las injusticias que sufría el pueblo. Hiciste un compromiso que a décadas de distancia sigues cumpliendo irreprochablemente. Personas que te han tratado y querido de toda la vida te describen como un idealista, especie de Quijote paradójico que reúne en el mismo cuerpo la terrenal bonhomía de Sancho Panza. Como tu meta nunca fue el enriquecimiento material sino el servicio, sueles dar pasos tan imprácticos y desinteresados como aquel de unirte a la otra campaña. Una raya más en tus sucesivas batallas contra los gigantes.
Te digo que eres un médico raro. Nunca escalaste en la administración ni te agenciaste una clientela acomodada para cobrar una buena lana. Siempre has trabajado en los servicios públicos de salud que atienden al jodido. Cuando empiezan, muchos futuros médicos abrigan "ideales sociales", pero al graduarse casi todos olvidan; es lo fácil. Tú tienes la ambición puesta en otro lado. Vamos, no merece llamarse ambición, sino algo mejor: anhelo, compromiso.
Ganaste la condición de preso político en el cumplimiento de un deber que tú mismo, libremente, te impusiste. Afuera, en las calles de Atenco, los policías rompían puertas y cráneos, vejaban, se disponían a torturar y violar. Y tú tenías al joven Alexis Benhumea con una herida en la cabeza. Entendiste lo mal que estaba. Las horas pasaban en aquel pobre refugio. Sabiendo cuánto arriesgabas, saliste a buscar medicamentos, instrumental y ayuda para hacer algo por el herido. Te volvió a ganar lo "idealista". Repetiste el absurdo de cumplir tu deber hipocrático y humano. Te detuvieron, golpearon y calumniaron miserablemente. Y te refundieron en modélico "castigo" y venganza, bien ilegal pero "con todo el peso de la ley".
Como sabes, eres otra víctima de uno de los hombres más peligrosos del país, el vicealmirante Wilfrido Robledo Madrid, a la sazón jefe de la policía mexiquense. El represor profesional que fundó la PFP con Ernesto Zedillo, destruyó la huelga universitaria de 1999 y tras algunas fechorías fue despedido. Más tarde lo resucitaría, escandalosamente, el cachorro priísta Enrique Peña Nieto, cubriendo alguna cuota con el capo político Carlos Salinas de Gortari. Todavía después de Atenco, y brincando atribuciones, Robledo fue ingeniero de la brutalidad contra los oaxaqueños. Ahora volvió al congelador. Ya saltará por otro lado. Ese sí es ambicioso. Claro, hay otros responsables: los partidos políticos, un gobernador, jueces, dos presidentes de la República, procuradores, comentaristas de televisión.
Procesos judiciales amañados, malintencionados, falsarios, bajo consigna y sin apego a los derechos humanos: tu reclusión es un crimen colectivo por el que deberán pedir perdón todos esos. ¿Qué país es éste donde los justos y generosos están en la cárcel y los bandidos se hacen cada día más ricos e "importantes" sin ninguna obligación moral ni fiscal? Sí, el país que quieres cambiar. Que estás cambiando. Como escribe el maravilloso poeta chino Tu Fu a su amigo Li Po: "Si estás encadenado, ¿cómo es que tienes alas?"
Tu compañera Rosalba y tu hijos Abraham y Nuri han dado para todos la pelea diaria desde el campamento civil frente al penal y promoviendo la batalla legal con todo en contra. ¿Ves que familia tienes? Padre ejemplar, hasta el límite. Recibe un saludo fraterno. "Ahí hablamos luego", como dice el tojolabal. Espero darte pronto el abrazo que aquí te platico nomás.
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