Palabras de la Comisión Sexta del EZLN en la plática conjunta sobre la situación nacional, el 1 de octubre del 2006, en el local del Frente Popular Francisco Villa-Independiente (UNOPII), México, D. F.
Buenas tardes compañeros y compañeras.
Primero que nada queremos agradecer al Frente Popular Francisco Villa Independiente (UNOPII) que es el anfitrión de esta reunión, y especialmente a los compas del Frente aquí en Pantitlán, que son los que nos reciben.
Voy a presentar a los compañeros de la delegación:
La compañera Comandanta Grabiela, delegada uno.
El compañero Comandante Zebedeo, delegado dos.
La compañera Comandanta Miriam, delegada tres.
La compañera Gema, delegada cuatro.
La compañera Comandante Hortensia, delegada cinco.
La compañera Lupita, delegada cinco y cuarto.
El compañero Comandante David, delegado seis.
El compañero Comandante Tacho, delegado siete.
Estos compañeros y compañeras, comandantes y comandantas, fueron nombrados por las comunidades para dar un mensaje especial al pueblo de Atenco, y a los presos y presas políticas en ese movimiento. Ayer estuvimos ahí, hablando con la asamblea de ejidatarios.
Las compañeras Comandanta Grabiela, el Comandante Zebedeo y la Comandante Miriam, van a quedar aquí en el DF, pendientes de los compañeros de Atenco, y en las movilizaciones de apoyo por la libertad y la justicia para los presos y presas de Atenco.
Y los compañeros, Comandante David, la Comandante Hortensia, la compañera Lupita, la compañera Gema y el Comandante Tacho se regresarán mañana a Chiapas para informar del mensaje que dieron nuestros compañeros de Atenco a las comunidades zapatistas.
No pocas veces, en nuestra lucha, nos hacen falta mediaciones entre nuestra concepción general de la realidad en la que vivimos, la teoría pues, y los dolores que nos hacen rebelarnos.
A veces, se tiende a vagar en los aparentemente infinitos caminos de la teoría, en la especulación, y llegar al supuesto principio del conocimiento del yo cartesiano: “yo sólo sé que no sé nadar”.
Otras nos concentramos tanto en un aspecto de la realidad que no podemos levantar la vista a tiempo para ver el golpe que habrá de derribarnos.
Se puede decir que para eso está el aplicar los elementos teóricos a la realidad, y ahí ir descubriendo las relaciones que se dan entre los individuos y las cosas, y entre los individuos entre sí.
La teoría que nos convoca en La Otra Campaña y como EZLN, permite desmontar en abstracto los engranajes del sistema capitalista, en parte con un paquete de conceptos: por ejemplo, el establecer a las relaciones económicas como la columna vertebral de todo un sistema social. Es decir, lo que está en juego en cualquier parte de una sociedad es una relación económica. Y también el definir que en esas relaciones económicas la propiedad, el propietario de las cosas o de las personas, es lo que marca un sistema. No basta entonces, señalar que hay unas relaciones económicas, hay que agregar que en ellas hay una relación de propiedad. Alguien es propietario de una o algunas de las cosas y personas que se están relacionando.
Según nuestro pensamiento, en el capitalismo hay relaciones de trabajo, o de producción, y en ellas alguien es propietaria de una parte y alguien no tiene nada.
Hay un salto, pues, entre los conceptos básicos para entender una sociedad y lo que se ve, vive y muere en un lugar específico de esa sociedad.
Hay quienes hacen una complicada maniobra que, lo confesamos, nosotros no entendemos bien. Por ejemplo, para “bajar” los conceptos teóricos se recurre a análisis y ejemplos… ¡de la Rusia zarista!
Desde Chiapas al Distrito Federal, pasando por Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Veracruz, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, Jalisco, Nayarit, Colima, Michoacán, Guerrero, Morelos y el Estado de México, el paso de La Otra, es decir, el oído colectivo que convoca, fue encontrando no ejemplos, sino realidades que confirmaban el presupuesto fundamental de su vocación: el sistema capitalista en México está desarrollando una guerra en todo el territorio nacional.
Hace diez años, expresamos nosotros que en el neoliberalismo se destruye y se despuebla, y casi simultáneamente se reconstruye y se reordena. Las ruinas de nuestro país están ocultas no sólo bajo la escenografía del México que ve la esquizofrénica clase política mexicana (una de cuyas partes “despierta” en el diván del fraude electoral y encuentra que la política es en realidad lo que es, es decir, una mierda), también bajo los grandes centros comerciales, las cadenas hoteleras, los centros históricos privatizados, campos de golf, corredores industriales, maquiladoras que aparecen y desaparecen con la misma celeridad.
Imaginemos un territorio devastado por la guerra, reducido a un montón de ruinas, con la gente ausente o dispersa, sin ningún sentido de humanidad, es decir, de colectivo que le de identidad, rumbo y paso.
El análisis de nuestra realidad que han presentado los compañeros de UNIOS, del Partido de Los Comunistas, y del Frente Popular Francisco Villa-Independiente (UNOPII), nos ayudan a entender lo que está pasando a gran escala, a nivel nacional.
Los testimonios que hemos encontrado en La Otra Campaña nos confirman en lugares concretos, en situaciones concretas, con nombres y apellidos, lo que el sistema capitalista está haciendo en nuestro país.
No agregaremos más a lo que ya han dicho los compañeros y compañeras de estas organizaciones adherentes a la Sexta Declaración y a La Otra Campaña. Coincidimos con ellos en que tenemos que levantar de nuevo la demanda por la libertad y la justicia para los presos y presas de Atenco; y coincidimos, también, en que Oaxaca representa no nada más una urgencia que hay que atender y hay que apoyar, sino también un ejemplo de organización.
Como Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sólo quisiéramos agregar, a lo que han dicho los compañeros de UNIOS, del Partido de Los Comunistas, y del Frente Popular Francisco Villa- Indpendiente (UNOPII), que nosotros los zapatistas, para ver la situación nacional, vemos abajo, lo más bajo que se pueda.
Y abajo encontramos a Lupita.
Para ella, un cuento…
(El siguiente cuento es un fragmento del Prólogo al libro “La Otra Campaña de Salud Sexual y Reproductiva para la Resistencia Indígena y Campesina en México”, editado por el colectivo Brigada Callejera, del D. F. (adherente a la Sexta y a la Otra), de próxima aparición).
El Amor según el Andulio.
Era agosto, pero hace 11 años. Llovía. Estaba yo en la champa de la comandancia. Trataba de armar una trampa para un ratón que asolaba mi magra biblioteca de montaña. Debo decir que se trataba, justo es reconocerlo, de un ratón ilustrado, pues tenía una marcada preferencia por los clásicos. Habiendo devorado las ediciones de “Sepan cuántos” de La Ilíada y La Odisea, iniciaba a roer la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuando lo descubrí.
La trampa que le preparaba era de una crueldad sofisticada: consistía en un compendio de las propuestas de los partidos políticos electorales.
Seguro moriría indigestado.
Llegó entonces el Andulio y se sentó en la banquita, a mi lado. A diferencia de otras veces en las que el Andulio se interesaba en lo que estuviera yo haciendo, esa vez sólo suspiraba profundamente, la mirada perdida. Al principio me alegré, pensaba yo que por fin el Andulio había entendido que no me gustaba que me interrumpiera con preguntas existenciales.
Al séptimo suspiro me preocupé y le pregunté qué le pasaba.
- La Rosita -, dijo el Andulio como si dijera “mirad esta mortal herida que no cierra y en su luz se renueva”.
Debo decirles que la Rosita era, entonces, una niña de unos 6 años (ahora ya debe ser toda una soltera) que vivía en el pueblo del Andulio. La Rosita solía jugar con la banda de los niños de “San Tito” que por lo regular incluía, además de al Andulio, a la Mariya (que era algo así como la jefa de la pandilla), el Andresito (que era como el novato al que todos le cargan la mano), el Huber (el gandalla de la banda y hermano de la Rosita), y la Rosita (que era la callada y discreta).
Fue el Andresito quien explicó lo que le ocurría al Andulio:
- Oí Chiup, si me lo das una vejiga te digo que el Andulio está bien enamorrado con la Rosita, pero si no me das entonces no te digo -.
Yo, sin dejar de notar la falta de habilidad del Andresito para negociar, busqué una vejiga mientras miré de reojo al Andulio.
El Andulio ni se dio por enterado de que el Andresito lo había delatado, lo que era grave.
Le dije al Andresito que fuéramos a pescar a la laguna.
La laguna no era una laguna, sino un charco muy grande que las lluvias formaban en medio del bosque a las afueras de “San Tito”. Pescados no tenía, era un charco pues, pero el Andulio y el Andresito solían invitarme a “pescar” cada que tenían que huir de la Mariya y sus regaños por no hacer la tarea de la escuela autónoma zapatista. No siempre los acompañaba, pero a veces me sentaba con ellos a la orilla del charco y escuchaba en silencio las pláticas que entre esos dos niños zapatistas se daban. A ninguno de nosotros parecía molestarle el hecho de que no llevábamos ni siquiera hilo para la pesca, la versión oficial era que estábamos pescando. Y ahí, sentados y platicando, nos pasaba el tiempo hasta que la tarde diluía sus últimos colores en la sombra de una noche adelantada.
La mamá del Andulio me contó una vez que los dos niños llegaban contando historias increíbles, que habían pescado un “monstro” en la laguna y que el “monstro” lo quería comer al Zup, que el Zup muncho miedo tuvo pero que el Andulio lo había pegado en su cabeza al monstro y lo había dejado privado y que lo habían echado otra vuelta a la laguna, porque claro lo vieron que el monstro se había encabronado porque lo sacaron del agua, y el Zup se puso contento de que el Andulio le salvó la vida, y entonces les contó un cuento y por eso tardaron pero que mañana sí lo iban a hacer la tarea.
Y la Mariya:
- Acaso hay monstro en la laguna. Puro ajolote y sapos hay -.
Y el Andulio:
- Hay -.
Y la Mariya:
- No hay -.
Y el Andulio:
- Hay, ¿verdad Andresito? -, pero a esas alturas el Andresito ya se había dormido, de pie y recargado en las piernas de su madre.
- No hay -, insistía la Mariya.
- Hay monstro, pero acaso sale cuando hay niñas. Pregúntalo al Zup -, así zanjaba el Andulio la discusión.
Cualquier día, en la tarde, cuando la escuela y los múltiples quehaceres les dejaban algo de tiempo, la banda del Andulio aparecía en nuestro cuartel. La Mariya y la Rosita llegaban también, pero acaso intuyendo lo que significaba el letrero que en un costado de la champa rezaba “Club de Tobi. No se admiten mujeres”, se iban con las insurgentas en algo así como lo que llaman “solidaridad de género”.
El Andulio, sin que nadie se lo requiriera, se asomaba a lo que estuviera yo haciendo, intentaba alguna plática y, si no era secundado, se iba al fogón donde la tropa insurgente preparaba la segunda de las dos comidas que componen la dieta zapatista.
Una vez, después de que se fue el Andulio, aparecieron todos los varones insurgentes amontonados en la puerta de la Comandancia. Al preguntarles que qué pasaba, respondieron:
- Es que el Andulio dijo que el Sup estaba viendo mujeres encueradas -.
- Err… Acaso son mujeres encueradas, es un libro de anatomía -, dije yo mientras tapaba, con un pasamontañas sucio, una revista con muchas equis.
Pero, bueno, les contaba yo de esa tarde cuando fuimos con el Andresito a “pescar” a la laguna de San Tito.
Lo llevamos al Andulio, que caminaba como zombie.
Mientras el Andresito juntaba piedras para estar preparado por si el “monstro” se aparecía, me senté junto al Andulio. Encendí la pipa y esperé en silencio, sabiendo que las heridas que el amor infringe no tardan en buscar aliviarse, en vano, con palabras.
- Oí Zup, ¿qué voy a hacer? -, rompió el silencio el Andulio y agregó:
- ¿Acaso me va a querer? -
Yo estaba por describirle al Andulio diferentes formas de suicidio, algunas elegantes, otras ordinarias, pero el Andresito regresó con un cargamento de piedras que, por su tamaño, dudo que le hicieran daño alguno al supuesto “monstro” de la laguna.
- De por sí no lo quieren, yo ya la pregunté – dijo el Andresito mientras acomodaba las piedras en montoncitos.
- ¿Y qué le preguntaste? -, cuestioné agarrando una piedra y la tiradora del Andulio, no fuera a ser cierto lo del “monstro” y yo desarmado y con mi supuesto defensor, el Andulio, herido de gravedad e irremediablemente moribundo por culpa de la Rosita.
- Le pregunté claro si es que lo va a casar con el Andulio -, respondió el Andresito calando su tiradora.
- ¿Y qué te dijo? -, insistí mientras probaba puntería contra un árbol. Fallé.
- Se corrió chillando a su casa, pero yo lo miré en su ojo que iba a decir que no -, dijo el Andresito y acertó al árbol.
No me pareció una conclusión objetiva, así que traté de explicarle al Andulio que no todo estaba perdido, que seguramente el Andresito no había mirado bien su ojo de la Rosita y que lo más seguro era que quién sabe si lo iban a querer o no.
Que en estos casos lo mejor era seguir alimentando la incertidumbre, porque no fuera a ser que, en efecto, no lo quisieran y yo me iba a quedar sin defensor y que tal que ahora sí aparecía el “monstro” y entonces sí se chingó Roma.
El Andulio me miró con atención mientras escuchaba mi argumentación que, dicho sea de paso, era mejor que la de las autoridades electorales para justificar la imposición de Felipe Calderón como presidente de México.
Cuando terminé, el Andulio, demostrando que estaba en otro canal, preguntó:
- ¿Y esa señora Roma es bonitilla como las mujeres encueradas que mira usted? -
Yo me quedé callado, dudando entre volver a probar puntería en el árbol o en la cabeza del Andulio.
- Porque la Rosita sí es bonitilla -, dijo el Andulio sonriendo con cara iluminada.
- Acaso es bonitilla, es niña pues -, intervino el Andresito demostrando que, a diferencia del Andulio, él todavía era niño.
- Es -, dijo el Andulio mientras recuperaba su tiradora y tomaba una piedra del montoncito.
El Andresito empezó a tomar distancia. Un redoble de tambor presagiaba el duelo. Bueno, en realidad no sonó nada, pero es para darles una impresión del ambiente. Pero si no se escuchó un tambor, sí lo hizo un crujido que anunció el desgajamiento de la rama de un árbol.
- ¡El monstro! -, gritó el Andresito, y salió corriendo. Detrás de él, pero igual de veloz, se fue el Andulio. Yo me levanté con una elegancia que olvídate de Gandalf en El Señor de los Anillos, me aseguré que no hubiera nadie viendo, y corrí dejando botadas mi dignidad y las piedras que el Andresito había juntado.
Al otro día, en la tarde, llegaron el Andresito y el Andulio a la champa de la Comandancia Zapatista.
El Andresito abrió la conversación:
- Oí Chiup, lo venimos a mirar si es que ya moriste ya -.
- No morí -, dije con mentiroso orgullo.
- ¿Y el monstro? -, preguntó el Andresito mirando nervioso a todos lados.
- Murió. Lo peleé y lo derroté y le saqué el cuero -, dije mostrando orgulloso un pedazo de bota rota.
El Andresito abrió los ojos con una mezcla de admiración y espanto, pero no se atrevió a tocar siquiera la “piel” del “monstro”. Se fue diciendo que iba a ver si quedaba un hueso del “monstro” para hacerse una espada mágica. Quedó el Andulio.
Hasta entonces me di cuenta que el Andulio sonreía de oreja a oreja y ponía cara de “pregúntame cómo me fue”.
- ¿Y cómo te fue? -, le pregunté encendiendo la pipa.
- Pos yo creo que sí me va a querer, pero lo más seguro es que quien sabe, de repente sí, creo. Es que estaba yo sentado, tomando mi pozol. Acaso estoy pensando nada. Estoy nomás así, mirando. Y entonces llegó la Rosita y se sentó junto de yo -.
- ¿Y qué dijo? -, le pregunté ansioso.
- Acaso dijo nada. Pero se quedó sentada conmigo hasta que se acabó su pozol -.
- ¿Y tú? -, le insistí interesado.
- Yo acaso lo terminé mi pozol, si no bajaba. Estaba con mucha nerviosidad -, dijo el Andulio con cara de “hazte cargo de mi situación”.
- ¿Y entonces qué vas a hacer? –, cuestioné con morbo.
- ¿Yo? Vos, vos vas a escribir una carta, una carta de amores y esas cosas -.
- Mmh… una carta de amores y esas cosas… ¡pero Andulio, la Rosita no sabe leer! -, le dije para desanimarlo… y para eludir el trabajo.
- Todavía, pero va a la escuela autónoma zapatista y de repente un día va a saber y lo va a leer y se va a enamorrar conmigo -.
- ¿Y luego? -, le pregunté.
El Andulio quedó pensando. Como que esa parte no la había tomado en cuenta. En eso regresó el Andresito.
- Acaso hay hueso del monstro -, dijo desilusionado.
- Acaso tienen huesos los monstros. Tienen adentro unos alambres mágicos… como éste-, dije tomando del suelo un cable suelto que debió ser de algún aparato de radio.
El Andresito quedó pensando. Después de un rato dijo:
- ¿Y qué tal que el monstro tenía hijos y se crecieron y están encabronados porque lo sacaste el cuero de su papá monstro y van a venir a comerte de una vez? -.
Yo tragué saliva, pero me recompuse rápidamente:
- ¿Acaso los monstros comen subcomandantes? -
- ¿No? ¿Y comen niños? -, preguntó temeroso el Andresito.
- Sólo si se llaman Andrés -, dije como de pasada.
Ahora fue el Andresito el que tragó saliva, pero también se recompuso:
- Yo de por sí me voy a poner otro nombre de lucha y ya no voy a ser el “Andresito” -.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo te vas a llamar? -.
- Chuip -, dijo el Andresito y tomó una de mis pipas.
- No se puede, porque yo ya me llamo así -, le dije mientras le quité la pipa.
- Sí, pero yo soy… ¡el otro Chuip! -, exclamó el Andresito y tomó de nuevo la pipa y salió corriendo.
Yo dudé entre salir corriendo con un machete detrás del Andresito, o avisar por radio a la guardia para que lo detuvieran y torturaran hasta que entregara la pipa, o acusarlo con su mamá para que se lo sonara, o intentar sobornarlo como si se tratara de un funcionario electoral, o consolarme con que la pipa ya estaba rota de la boquilla.
Antes de que decidiera, el Andulio interrumpió mis pensamientos y me recordó lo de la carta para la Rosita.
Se la escribí y el Andulio garabateó su nombre como firma. Dobló con cuidado la carta y la guardó en una bolsita de plástico.
Se fue.
Esto que les cuento fue hace más de once años. Ahora la Rosita ya debe estar crecida.
Tal vez el Andulio no le entregó la carta.
O tal vez sí.
O tal vez el Andulio le va a entregar la carta todavía.
Tal vez el Andulio y la Rosita, bajo el techo de esas letras, encontrarán sus cuerpos y se encontrarán una madrugada. Tal vez un relámpago recorrerá sus pieles. Tal vez sus suspiros renombrarán cada parte nueva que nazca de las caricias.
O tal vez no.
Tal vez son otros los ojos que desvelan al Andulio, otras las piernas que se enredan con las suyas, otra la humedad que sediento bebe.
Tal vez es otra la mano que recorre la geografía de la Rosita, otro el abrazo que ciñe su cintura, otro el cuerpo que monta hasta el dulce cansancio.
O tal vez el amor, ese impertinente, acecha aún en la sombra.
Y tal vez el Andresito encontró por fin un hueso de monstro, y se hizo una espada mágica y ahora la blande desafiando al poderoso, como de por sí se alzan las rebeldías en la Otra Campaña, en todos los rincones de México… y en tierras zapatistas, en las montañas del Sureste Mexicano.
Tal vez…
Vale. Salud y, en cualquier caso, tal vez para todo eso también sirve este libro.
El Sup afilando la espada de la madrugada.
México, Agosto- Septiembre del 2006.
Buenas tardes compañeros y compañeras.
Primero que nada queremos agradecer al Frente Popular Francisco Villa Independiente (UNOPII) que es el anfitrión de esta reunión, y especialmente a los compas del Frente aquí en Pantitlán, que son los que nos reciben.
Voy a presentar a los compañeros de la delegación:
La compañera Comandanta Grabiela, delegada uno.
El compañero Comandante Zebedeo, delegado dos.
La compañera Comandanta Miriam, delegada tres.
La compañera Gema, delegada cuatro.
La compañera Comandante Hortensia, delegada cinco.
La compañera Lupita, delegada cinco y cuarto.
El compañero Comandante David, delegado seis.
El compañero Comandante Tacho, delegado siete.
Estos compañeros y compañeras, comandantes y comandantas, fueron nombrados por las comunidades para dar un mensaje especial al pueblo de Atenco, y a los presos y presas políticas en ese movimiento. Ayer estuvimos ahí, hablando con la asamblea de ejidatarios.
Las compañeras Comandanta Grabiela, el Comandante Zebedeo y la Comandante Miriam, van a quedar aquí en el DF, pendientes de los compañeros de Atenco, y en las movilizaciones de apoyo por la libertad y la justicia para los presos y presas de Atenco.
Y los compañeros, Comandante David, la Comandante Hortensia, la compañera Lupita, la compañera Gema y el Comandante Tacho se regresarán mañana a Chiapas para informar del mensaje que dieron nuestros compañeros de Atenco a las comunidades zapatistas.
No pocas veces, en nuestra lucha, nos hacen falta mediaciones entre nuestra concepción general de la realidad en la que vivimos, la teoría pues, y los dolores que nos hacen rebelarnos.
A veces, se tiende a vagar en los aparentemente infinitos caminos de la teoría, en la especulación, y llegar al supuesto principio del conocimiento del yo cartesiano: “yo sólo sé que no sé nadar”.
Otras nos concentramos tanto en un aspecto de la realidad que no podemos levantar la vista a tiempo para ver el golpe que habrá de derribarnos.
Se puede decir que para eso está el aplicar los elementos teóricos a la realidad, y ahí ir descubriendo las relaciones que se dan entre los individuos y las cosas, y entre los individuos entre sí.
La teoría que nos convoca en La Otra Campaña y como EZLN, permite desmontar en abstracto los engranajes del sistema capitalista, en parte con un paquete de conceptos: por ejemplo, el establecer a las relaciones económicas como la columna vertebral de todo un sistema social. Es decir, lo que está en juego en cualquier parte de una sociedad es una relación económica. Y también el definir que en esas relaciones económicas la propiedad, el propietario de las cosas o de las personas, es lo que marca un sistema. No basta entonces, señalar que hay unas relaciones económicas, hay que agregar que en ellas hay una relación de propiedad. Alguien es propietario de una o algunas de las cosas y personas que se están relacionando.
Según nuestro pensamiento, en el capitalismo hay relaciones de trabajo, o de producción, y en ellas alguien es propietaria de una parte y alguien no tiene nada.
Hay un salto, pues, entre los conceptos básicos para entender una sociedad y lo que se ve, vive y muere en un lugar específico de esa sociedad.
Hay quienes hacen una complicada maniobra que, lo confesamos, nosotros no entendemos bien. Por ejemplo, para “bajar” los conceptos teóricos se recurre a análisis y ejemplos… ¡de la Rusia zarista!
Desde Chiapas al Distrito Federal, pasando por Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Veracruz, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, Jalisco, Nayarit, Colima, Michoacán, Guerrero, Morelos y el Estado de México, el paso de La Otra, es decir, el oído colectivo que convoca, fue encontrando no ejemplos, sino realidades que confirmaban el presupuesto fundamental de su vocación: el sistema capitalista en México está desarrollando una guerra en todo el territorio nacional.
Hace diez años, expresamos nosotros que en el neoliberalismo se destruye y se despuebla, y casi simultáneamente se reconstruye y se reordena. Las ruinas de nuestro país están ocultas no sólo bajo la escenografía del México que ve la esquizofrénica clase política mexicana (una de cuyas partes “despierta” en el diván del fraude electoral y encuentra que la política es en realidad lo que es, es decir, una mierda), también bajo los grandes centros comerciales, las cadenas hoteleras, los centros históricos privatizados, campos de golf, corredores industriales, maquiladoras que aparecen y desaparecen con la misma celeridad.
Imaginemos un territorio devastado por la guerra, reducido a un montón de ruinas, con la gente ausente o dispersa, sin ningún sentido de humanidad, es decir, de colectivo que le de identidad, rumbo y paso.
El análisis de nuestra realidad que han presentado los compañeros de UNIOS, del Partido de Los Comunistas, y del Frente Popular Francisco Villa-Independiente (UNOPII), nos ayudan a entender lo que está pasando a gran escala, a nivel nacional.
Los testimonios que hemos encontrado en La Otra Campaña nos confirman en lugares concretos, en situaciones concretas, con nombres y apellidos, lo que el sistema capitalista está haciendo en nuestro país.
No agregaremos más a lo que ya han dicho los compañeros y compañeras de estas organizaciones adherentes a la Sexta Declaración y a La Otra Campaña. Coincidimos con ellos en que tenemos que levantar de nuevo la demanda por la libertad y la justicia para los presos y presas de Atenco; y coincidimos, también, en que Oaxaca representa no nada más una urgencia que hay que atender y hay que apoyar, sino también un ejemplo de organización.
Como Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sólo quisiéramos agregar, a lo que han dicho los compañeros de UNIOS, del Partido de Los Comunistas, y del Frente Popular Francisco Villa- Indpendiente (UNOPII), que nosotros los zapatistas, para ver la situación nacional, vemos abajo, lo más bajo que se pueda.
Y abajo encontramos a Lupita.
Para ella, un cuento…
(El siguiente cuento es un fragmento del Prólogo al libro “La Otra Campaña de Salud Sexual y Reproductiva para la Resistencia Indígena y Campesina en México”, editado por el colectivo Brigada Callejera, del D. F. (adherente a la Sexta y a la Otra), de próxima aparición).
El Amor según el Andulio.
Era agosto, pero hace 11 años. Llovía. Estaba yo en la champa de la comandancia. Trataba de armar una trampa para un ratón que asolaba mi magra biblioteca de montaña. Debo decir que se trataba, justo es reconocerlo, de un ratón ilustrado, pues tenía una marcada preferencia por los clásicos. Habiendo devorado las ediciones de “Sepan cuántos” de La Ilíada y La Odisea, iniciaba a roer la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuando lo descubrí.
La trampa que le preparaba era de una crueldad sofisticada: consistía en un compendio de las propuestas de los partidos políticos electorales.
Seguro moriría indigestado.
Llegó entonces el Andulio y se sentó en la banquita, a mi lado. A diferencia de otras veces en las que el Andulio se interesaba en lo que estuviera yo haciendo, esa vez sólo suspiraba profundamente, la mirada perdida. Al principio me alegré, pensaba yo que por fin el Andulio había entendido que no me gustaba que me interrumpiera con preguntas existenciales.
Al séptimo suspiro me preocupé y le pregunté qué le pasaba.
- La Rosita -, dijo el Andulio como si dijera “mirad esta mortal herida que no cierra y en su luz se renueva”.
Debo decirles que la Rosita era, entonces, una niña de unos 6 años (ahora ya debe ser toda una soltera) que vivía en el pueblo del Andulio. La Rosita solía jugar con la banda de los niños de “San Tito” que por lo regular incluía, además de al Andulio, a la Mariya (que era algo así como la jefa de la pandilla), el Andresito (que era como el novato al que todos le cargan la mano), el Huber (el gandalla de la banda y hermano de la Rosita), y la Rosita (que era la callada y discreta).
Fue el Andresito quien explicó lo que le ocurría al Andulio:
- Oí Chiup, si me lo das una vejiga te digo que el Andulio está bien enamorrado con la Rosita, pero si no me das entonces no te digo -.
Yo, sin dejar de notar la falta de habilidad del Andresito para negociar, busqué una vejiga mientras miré de reojo al Andulio.
El Andulio ni se dio por enterado de que el Andresito lo había delatado, lo que era grave.
Le dije al Andresito que fuéramos a pescar a la laguna.
La laguna no era una laguna, sino un charco muy grande que las lluvias formaban en medio del bosque a las afueras de “San Tito”. Pescados no tenía, era un charco pues, pero el Andulio y el Andresito solían invitarme a “pescar” cada que tenían que huir de la Mariya y sus regaños por no hacer la tarea de la escuela autónoma zapatista. No siempre los acompañaba, pero a veces me sentaba con ellos a la orilla del charco y escuchaba en silencio las pláticas que entre esos dos niños zapatistas se daban. A ninguno de nosotros parecía molestarle el hecho de que no llevábamos ni siquiera hilo para la pesca, la versión oficial era que estábamos pescando. Y ahí, sentados y platicando, nos pasaba el tiempo hasta que la tarde diluía sus últimos colores en la sombra de una noche adelantada.
La mamá del Andulio me contó una vez que los dos niños llegaban contando historias increíbles, que habían pescado un “monstro” en la laguna y que el “monstro” lo quería comer al Zup, que el Zup muncho miedo tuvo pero que el Andulio lo había pegado en su cabeza al monstro y lo había dejado privado y que lo habían echado otra vuelta a la laguna, porque claro lo vieron que el monstro se había encabronado porque lo sacaron del agua, y el Zup se puso contento de que el Andulio le salvó la vida, y entonces les contó un cuento y por eso tardaron pero que mañana sí lo iban a hacer la tarea.
Y la Mariya:
- Acaso hay monstro en la laguna. Puro ajolote y sapos hay -.
Y el Andulio:
- Hay -.
Y la Mariya:
- No hay -.
Y el Andulio:
- Hay, ¿verdad Andresito? -, pero a esas alturas el Andresito ya se había dormido, de pie y recargado en las piernas de su madre.
- No hay -, insistía la Mariya.
- Hay monstro, pero acaso sale cuando hay niñas. Pregúntalo al Zup -, así zanjaba el Andulio la discusión.
Cualquier día, en la tarde, cuando la escuela y los múltiples quehaceres les dejaban algo de tiempo, la banda del Andulio aparecía en nuestro cuartel. La Mariya y la Rosita llegaban también, pero acaso intuyendo lo que significaba el letrero que en un costado de la champa rezaba “Club de Tobi. No se admiten mujeres”, se iban con las insurgentas en algo así como lo que llaman “solidaridad de género”.
El Andulio, sin que nadie se lo requiriera, se asomaba a lo que estuviera yo haciendo, intentaba alguna plática y, si no era secundado, se iba al fogón donde la tropa insurgente preparaba la segunda de las dos comidas que componen la dieta zapatista.
Una vez, después de que se fue el Andulio, aparecieron todos los varones insurgentes amontonados en la puerta de la Comandancia. Al preguntarles que qué pasaba, respondieron:
- Es que el Andulio dijo que el Sup estaba viendo mujeres encueradas -.
- Err… Acaso son mujeres encueradas, es un libro de anatomía -, dije yo mientras tapaba, con un pasamontañas sucio, una revista con muchas equis.
Pero, bueno, les contaba yo de esa tarde cuando fuimos con el Andresito a “pescar” a la laguna de San Tito.
Lo llevamos al Andulio, que caminaba como zombie.
Mientras el Andresito juntaba piedras para estar preparado por si el “monstro” se aparecía, me senté junto al Andulio. Encendí la pipa y esperé en silencio, sabiendo que las heridas que el amor infringe no tardan en buscar aliviarse, en vano, con palabras.
- Oí Zup, ¿qué voy a hacer? -, rompió el silencio el Andulio y agregó:
- ¿Acaso me va a querer? -
Yo estaba por describirle al Andulio diferentes formas de suicidio, algunas elegantes, otras ordinarias, pero el Andresito regresó con un cargamento de piedras que, por su tamaño, dudo que le hicieran daño alguno al supuesto “monstro” de la laguna.
- De por sí no lo quieren, yo ya la pregunté – dijo el Andresito mientras acomodaba las piedras en montoncitos.
- ¿Y qué le preguntaste? -, cuestioné agarrando una piedra y la tiradora del Andulio, no fuera a ser cierto lo del “monstro” y yo desarmado y con mi supuesto defensor, el Andulio, herido de gravedad e irremediablemente moribundo por culpa de la Rosita.
- Le pregunté claro si es que lo va a casar con el Andulio -, respondió el Andresito calando su tiradora.
- ¿Y qué te dijo? -, insistí mientras probaba puntería contra un árbol. Fallé.
- Se corrió chillando a su casa, pero yo lo miré en su ojo que iba a decir que no -, dijo el Andresito y acertó al árbol.
No me pareció una conclusión objetiva, así que traté de explicarle al Andulio que no todo estaba perdido, que seguramente el Andresito no había mirado bien su ojo de la Rosita y que lo más seguro era que quién sabe si lo iban a querer o no.
Que en estos casos lo mejor era seguir alimentando la incertidumbre, porque no fuera a ser que, en efecto, no lo quisieran y yo me iba a quedar sin defensor y que tal que ahora sí aparecía el “monstro” y entonces sí se chingó Roma.
El Andulio me miró con atención mientras escuchaba mi argumentación que, dicho sea de paso, era mejor que la de las autoridades electorales para justificar la imposición de Felipe Calderón como presidente de México.
Cuando terminé, el Andulio, demostrando que estaba en otro canal, preguntó:
- ¿Y esa señora Roma es bonitilla como las mujeres encueradas que mira usted? -
Yo me quedé callado, dudando entre volver a probar puntería en el árbol o en la cabeza del Andulio.
- Porque la Rosita sí es bonitilla -, dijo el Andulio sonriendo con cara iluminada.
- Acaso es bonitilla, es niña pues -, intervino el Andresito demostrando que, a diferencia del Andulio, él todavía era niño.
- Es -, dijo el Andulio mientras recuperaba su tiradora y tomaba una piedra del montoncito.
El Andresito empezó a tomar distancia. Un redoble de tambor presagiaba el duelo. Bueno, en realidad no sonó nada, pero es para darles una impresión del ambiente. Pero si no se escuchó un tambor, sí lo hizo un crujido que anunció el desgajamiento de la rama de un árbol.
- ¡El monstro! -, gritó el Andresito, y salió corriendo. Detrás de él, pero igual de veloz, se fue el Andulio. Yo me levanté con una elegancia que olvídate de Gandalf en El Señor de los Anillos, me aseguré que no hubiera nadie viendo, y corrí dejando botadas mi dignidad y las piedras que el Andresito había juntado.
Al otro día, en la tarde, llegaron el Andresito y el Andulio a la champa de la Comandancia Zapatista.
El Andresito abrió la conversación:
- Oí Chiup, lo venimos a mirar si es que ya moriste ya -.
- No morí -, dije con mentiroso orgullo.
- ¿Y el monstro? -, preguntó el Andresito mirando nervioso a todos lados.
- Murió. Lo peleé y lo derroté y le saqué el cuero -, dije mostrando orgulloso un pedazo de bota rota.
El Andresito abrió los ojos con una mezcla de admiración y espanto, pero no se atrevió a tocar siquiera la “piel” del “monstro”. Se fue diciendo que iba a ver si quedaba un hueso del “monstro” para hacerse una espada mágica. Quedó el Andulio.
Hasta entonces me di cuenta que el Andulio sonreía de oreja a oreja y ponía cara de “pregúntame cómo me fue”.
- ¿Y cómo te fue? -, le pregunté encendiendo la pipa.
- Pos yo creo que sí me va a querer, pero lo más seguro es que quien sabe, de repente sí, creo. Es que estaba yo sentado, tomando mi pozol. Acaso estoy pensando nada. Estoy nomás así, mirando. Y entonces llegó la Rosita y se sentó junto de yo -.
- ¿Y qué dijo? -, le pregunté ansioso.
- Acaso dijo nada. Pero se quedó sentada conmigo hasta que se acabó su pozol -.
- ¿Y tú? -, le insistí interesado.
- Yo acaso lo terminé mi pozol, si no bajaba. Estaba con mucha nerviosidad -, dijo el Andulio con cara de “hazte cargo de mi situación”.
- ¿Y entonces qué vas a hacer? –, cuestioné con morbo.
- ¿Yo? Vos, vos vas a escribir una carta, una carta de amores y esas cosas -.
- Mmh… una carta de amores y esas cosas… ¡pero Andulio, la Rosita no sabe leer! -, le dije para desanimarlo… y para eludir el trabajo.
- Todavía, pero va a la escuela autónoma zapatista y de repente un día va a saber y lo va a leer y se va a enamorrar conmigo -.
- ¿Y luego? -, le pregunté.
El Andulio quedó pensando. Como que esa parte no la había tomado en cuenta. En eso regresó el Andresito.
- Acaso hay hueso del monstro -, dijo desilusionado.
- Acaso tienen huesos los monstros. Tienen adentro unos alambres mágicos… como éste-, dije tomando del suelo un cable suelto que debió ser de algún aparato de radio.
El Andresito quedó pensando. Después de un rato dijo:
- ¿Y qué tal que el monstro tenía hijos y se crecieron y están encabronados porque lo sacaste el cuero de su papá monstro y van a venir a comerte de una vez? -.
Yo tragué saliva, pero me recompuse rápidamente:
- ¿Acaso los monstros comen subcomandantes? -
- ¿No? ¿Y comen niños? -, preguntó temeroso el Andresito.
- Sólo si se llaman Andrés -, dije como de pasada.
Ahora fue el Andresito el que tragó saliva, pero también se recompuso:
- Yo de por sí me voy a poner otro nombre de lucha y ya no voy a ser el “Andresito” -.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo te vas a llamar? -.
- Chuip -, dijo el Andresito y tomó una de mis pipas.
- No se puede, porque yo ya me llamo así -, le dije mientras le quité la pipa.
- Sí, pero yo soy… ¡el otro Chuip! -, exclamó el Andresito y tomó de nuevo la pipa y salió corriendo.
Yo dudé entre salir corriendo con un machete detrás del Andresito, o avisar por radio a la guardia para que lo detuvieran y torturaran hasta que entregara la pipa, o acusarlo con su mamá para que se lo sonara, o intentar sobornarlo como si se tratara de un funcionario electoral, o consolarme con que la pipa ya estaba rota de la boquilla.
Antes de que decidiera, el Andulio interrumpió mis pensamientos y me recordó lo de la carta para la Rosita.
Se la escribí y el Andulio garabateó su nombre como firma. Dobló con cuidado la carta y la guardó en una bolsita de plástico.
Se fue.
Esto que les cuento fue hace más de once años. Ahora la Rosita ya debe estar crecida.
Tal vez el Andulio no le entregó la carta.
O tal vez sí.
O tal vez el Andulio le va a entregar la carta todavía.
Tal vez el Andulio y la Rosita, bajo el techo de esas letras, encontrarán sus cuerpos y se encontrarán una madrugada. Tal vez un relámpago recorrerá sus pieles. Tal vez sus suspiros renombrarán cada parte nueva que nazca de las caricias.
O tal vez no.
Tal vez son otros los ojos que desvelan al Andulio, otras las piernas que se enredan con las suyas, otra la humedad que sediento bebe.
Tal vez es otra la mano que recorre la geografía de la Rosita, otro el abrazo que ciñe su cintura, otro el cuerpo que monta hasta el dulce cansancio.
O tal vez el amor, ese impertinente, acecha aún en la sombra.
Y tal vez el Andresito encontró por fin un hueso de monstro, y se hizo una espada mágica y ahora la blande desafiando al poderoso, como de por sí se alzan las rebeldías en la Otra Campaña, en todos los rincones de México… y en tierras zapatistas, en las montañas del Sureste Mexicano.
Tal vez…
Vale. Salud y, en cualquier caso, tal vez para todo eso también sirve este libro.
El Sup afilando la espada de la madrugada.
México, Agosto- Septiembre del 2006.
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