El árbitro resultó centro delantero
Lo que había estado trabajándose como la gran fiesta de la democracia se convirtió, de la noche a la mañana, en una pesadilla de la democracia representativa. 14 mil millones de pesos se invirtieron en el proceso electoral y la conclusión es que un grupo de siete individuos van a decidir quién será el nuevo presidente. Las razones, pasiones y voluntades de los 41 millones que votaron, ya quedaron atrás. Ahora siete señores, de toga y birrete, serán los encargados de decidir por todos los mexicanos. Una evidencia más sobre lo que es la crisis en lo que tiene que ver con su forma electoral, no podía mostrarse tan plásticamente.
En todo este proceso han existido declaraciones de antología, pero una inolvidable fue la de uno de los observadores internacionales, el cual señaló: “No conozco en ninguna parte del mundo un sistema de vigilancia electoral tan grande, tan minucioso y tan perfecto”. Claro, en otros países los votos se cuentan y listo, inmediatamente se sabe quién fue el ganador. En México, se sigue todavía la vieja máxima de Manuel Bartlett, hoy fiero luchador contra el fraude electoral, el cual, en 1988, decía: “En México, a diferencia de otros países, los resultados electorales no se dan a conocer y ya, sino que aquí se estudian para establecer la verdad electoral antes de darlos a conocer”. Por eso se construyó un aparato burocrático gigantesco que revela el profundo desprecio que siente por sí mismo el sistema político mexicano, el cual tiene en lo más profundo de su ser la cultura del fraude. Esto se quiso exorcizar construyendo un “arbitro” que contara con una infinidad de recursos a su alcance para vigilar que los procesos electorales se llevaran a cabo sin grandes contratiempos. Pero, parafraseando a un viejo revolucionario ruso, siempre que se traiga a un policía para que vigile a una fila de personas, luego va a ser necesario traer a otro policía para que vigile al primero y así hasta el infinito; al rato el problema no es la fila sino todos los policías.
Después de 12 años que se construyo la idea de que México había dado un gran paso hacia la transición democrática, que los fraudes electorales eran cosa del pasado, que la utilización patrimonialista de los poderes públicos era parte del pasado ominoso, en el 2006 se le quita el velo luminoso a esa transición, y lo que queda nos muestra el proceso de descomposición de las instituciones ha adquirido una profundidad que hace imposible una solución desde arriba.
Si se hubieran puesto de acuerdo sobre cómo hacer mal las cosas no hubieran logrado el resultado que hoy tenemos. ¿Alguien nos puede venir a contar las bondades del sistema electoral que tenemos? ¿Alguien nos puede decir con certidumbre que las instituciones “democráticas” funcionan?
Pase lo que pase dichas instituciones quedaran tocadas pos le crisis y por la ilegitimidad. Como siempre, el simplismo de nuestra clase política se inclinará por elaborar una nueva ley electoral, que agregue más policías para vigilar la fila, pero eso lo único que logrará será encarecer más el proceso electoral (el más caro del mundo) y alargar en el tiempo, en el mejor de los casos para ellos, la crisis.
En unos días, cuando los nervio estén más crispados, cuando la crisis sea más aguda, cuando los medios ya no tengan la más mínima credibilidad, cuando todas las instituciones estén deslegitimadas, saldrá el diseñador del Pacto de Chapultepec, junto con sus “partners” más conspicuos, a proponer la agenda del dinero, la agenda del verdadero poder a quien quede ungido por los siete. Todos volverán la vista hacia esa propuesta y la verán como la única salida viable. Sea el que se apresuraron a declarar ganador, el cual sumisamente buscará acurrucarse a los pies del poderoso. Sea el que ganó y que está generando un gran movimiento social –mismo que durante la campaña se rehusó a desatar–, el cual inmediatamente buscará pactar dando muestras de que está dispuesto a dar garantías suplementarias al verdadero poder del dinero. O sea el que, desde se sala, se piensa y se mira al espejo como el interino (son varios los que ya se imaginan en ese papel, desde el que niño jugaba en los Pinos, pasando por el Tartufo que hoy hace como que dirige la principal cada de estudios de México, hasta el “forever young” que creó el holograma de la imparcialidad del IFE).
El desmerenque de las instituciones del Estado mexicano es, arriba, el dato clave. Abajo comienza a darse la insumisión: la Otra Campaña, lo que sucedió en Oaxaca y, desde luego, el sentimiento de los de abajo que luchan en contra del fraude electoral, no son sino las evidencias más visibles de ese proceso. El abajo como fuerza autónoma e independiente se está creando pero todavía falta un camino por recorrer. El asunto, el dato fuerte, es que los tiempos se aceleran. La crisis de dominación llegó un poco antes de lo esperado y las definiciones políticas fundamentales, lo mismo que el proceso de organización, deberán apurar su ritmo. Efectivamente, 1988 no el es 2006.
Al final, lo que queda es lo siguiente: la tan cacareada superioridad de la democracia representativa no aguantó la prueba de los hechos, el árbitro resultó centro delantero.
Editorial de la revista Rebeldía. Julio 2006
En todo este proceso han existido declaraciones de antología, pero una inolvidable fue la de uno de los observadores internacionales, el cual señaló: “No conozco en ninguna parte del mundo un sistema de vigilancia electoral tan grande, tan minucioso y tan perfecto”. Claro, en otros países los votos se cuentan y listo, inmediatamente se sabe quién fue el ganador. En México, se sigue todavía la vieja máxima de Manuel Bartlett, hoy fiero luchador contra el fraude electoral, el cual, en 1988, decía: “En México, a diferencia de otros países, los resultados electorales no se dan a conocer y ya, sino que aquí se estudian para establecer la verdad electoral antes de darlos a conocer”. Por eso se construyó un aparato burocrático gigantesco que revela el profundo desprecio que siente por sí mismo el sistema político mexicano, el cual tiene en lo más profundo de su ser la cultura del fraude. Esto se quiso exorcizar construyendo un “arbitro” que contara con una infinidad de recursos a su alcance para vigilar que los procesos electorales se llevaran a cabo sin grandes contratiempos. Pero, parafraseando a un viejo revolucionario ruso, siempre que se traiga a un policía para que vigile a una fila de personas, luego va a ser necesario traer a otro policía para que vigile al primero y así hasta el infinito; al rato el problema no es la fila sino todos los policías.
Después de 12 años que se construyo la idea de que México había dado un gran paso hacia la transición democrática, que los fraudes electorales eran cosa del pasado, que la utilización patrimonialista de los poderes públicos era parte del pasado ominoso, en el 2006 se le quita el velo luminoso a esa transición, y lo que queda nos muestra el proceso de descomposición de las instituciones ha adquirido una profundidad que hace imposible una solución desde arriba.
Si se hubieran puesto de acuerdo sobre cómo hacer mal las cosas no hubieran logrado el resultado que hoy tenemos. ¿Alguien nos puede venir a contar las bondades del sistema electoral que tenemos? ¿Alguien nos puede decir con certidumbre que las instituciones “democráticas” funcionan?
Pase lo que pase dichas instituciones quedaran tocadas pos le crisis y por la ilegitimidad. Como siempre, el simplismo de nuestra clase política se inclinará por elaborar una nueva ley electoral, que agregue más policías para vigilar la fila, pero eso lo único que logrará será encarecer más el proceso electoral (el más caro del mundo) y alargar en el tiempo, en el mejor de los casos para ellos, la crisis.
En unos días, cuando los nervio estén más crispados, cuando la crisis sea más aguda, cuando los medios ya no tengan la más mínima credibilidad, cuando todas las instituciones estén deslegitimadas, saldrá el diseñador del Pacto de Chapultepec, junto con sus “partners” más conspicuos, a proponer la agenda del dinero, la agenda del verdadero poder a quien quede ungido por los siete. Todos volverán la vista hacia esa propuesta y la verán como la única salida viable. Sea el que se apresuraron a declarar ganador, el cual sumisamente buscará acurrucarse a los pies del poderoso. Sea el que ganó y que está generando un gran movimiento social –mismo que durante la campaña se rehusó a desatar–, el cual inmediatamente buscará pactar dando muestras de que está dispuesto a dar garantías suplementarias al verdadero poder del dinero. O sea el que, desde se sala, se piensa y se mira al espejo como el interino (son varios los que ya se imaginan en ese papel, desde el que niño jugaba en los Pinos, pasando por el Tartufo que hoy hace como que dirige la principal cada de estudios de México, hasta el “forever young” que creó el holograma de la imparcialidad del IFE).
El desmerenque de las instituciones del Estado mexicano es, arriba, el dato clave. Abajo comienza a darse la insumisión: la Otra Campaña, lo que sucedió en Oaxaca y, desde luego, el sentimiento de los de abajo que luchan en contra del fraude electoral, no son sino las evidencias más visibles de ese proceso. El abajo como fuerza autónoma e independiente se está creando pero todavía falta un camino por recorrer. El asunto, el dato fuerte, es que los tiempos se aceleran. La crisis de dominación llegó un poco antes de lo esperado y las definiciones políticas fundamentales, lo mismo que el proceso de organización, deberán apurar su ritmo. Efectivamente, 1988 no el es 2006.
Al final, lo que queda es lo siguiente: la tan cacareada superioridad de la democracia representativa no aguantó la prueba de los hechos, el árbitro resultó centro delantero.
Editorial de la revista Rebeldía. Julio 2006
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