DE LA SOMBRA A LA LUZ…
Junio del 2007.
Hermosillo, Sonora, México.
Queremos agradecer a quienes organizan estas “Horas de Junio” la oportunidad de encontrarlos y encontrarnos con este hombre que ha sabido resolver el dilema entre las letras y la lucha de la mejor forma, es decir, enarbolando ambas: Ernesto Cardenal.
Valgan estas palabras como homenaje a su vida y compromiso y, sobre todo, a la generosa mirada que este hombre ha dado a los pueblos indios de Nicaragua y de esa gran herida que nos duele y que se llama América Latina.
Y traigo también a este saludo a quien, como Ernesto Cardenal, puso la palabra en medio de la batalla por la libertad de nuestros pueblos latinoamericanos, José Martí. Y parafraseándolo, traigo y cultivo una rosa blanca, en junio como enero, para el amigo sincero a quien doy mi mano franca. De los zapatistas para usted, don Ernesto.
Y traigo también, de la otra esquina de nuestro México, del sureste, la otra flor que cultivamos: la flor de la palabra…
Alguna vez me contaron Los Vigilantes, nuestros guardianes, que cada tanto la madrugada se convierte en árbol. Y me contaron que en sus nocturnas ramas cuelgan, como estrellas a punto de desprenderse, historias y leyendas terribles y maravillosas.
Y me contaron que, cuando la madrugada es árbol, el cielo se acerca tanto al suelo que es posible, con sólo alargar el brazo, tocar sus secretos más escondidos y asomarse a otros mundos que ni siquiera han sido soñados o nombrados.
Y me dijeron que, en esa madrugada, la luz no tiene entrada, que sólo la sombra puede adentrarse en ese territorio y tomar, como si de frutos se tratara, las narraciones que memoria serán para quienes somos el color que somos de la tierra.
Y hay ahí historias llenas de luz, tesoros hechos palabras, alegrías que revientan y todo lo manchan con sus colores. Pero hay también dolores, heridas que no cierran, tristezas que sólo se alivian, y que nunca se curan, en palabras.
De la afiebrada cosecha de esa madrugada, traigo nuestra historia de siempre, una historia de dolor y de esperanza…
Y ahí nomás, sobresaliendo de la alforja de Sombra, se asoma la punta de una flecha. Con cuidado la tomo y el afilado vértice, palabra se hace en el “Vícam” de la lengua del Yaqui…
Hace apenas unas horas, saliendo de Vícam, cruzamos a un lado del cerro de “Boca Abierta”, una de las puertas del asediado territorio de la tribu Yaqui en Sonora.
Tal vez la luna había empezado temprano su caminar, porque cuando su luz me flanqueó, ya llevaba levantadas varias cuartas desde el horizonte. Su luz llena dibujaba perfectamente la silueta del cerro que, desde hace unas semanas, grita un llamado para todos los pueblos indios del continente americano: el Encuentro Continental de los Pueblos Indios, en octubre próximo.
“Una herida de luz”, pensé cuando miraba a quien una leyenda indígena del noroeste de México definió como el amor imposible de Coyote, el creador primero. Recordé entonces una anécdota que me fue referida por Elías Contreras, luego de uno de sus viajes por los rincones del México de abajo.
Ustedes no están para saberlo pero para eso estoy acá, para decirles que Elías Contreras es, o era, según el caso o cosa, Comisión de Investigación del EZLN. Es decir, era, o es, algo así como lo que ustedes llaman “detective”.
Tiempo atrás, en otra luna como la que se abre en estas Horas de Junio, Elías Contreras le contó a su amor imposible, la Magdalena, su personal versión de la historia de la luna…
Cuentan, dijo Elías Contreras, que muchos calendarios atrás, cuando ni los días, ni las horas tenían nombre y número, el cielo vivía muy cerca, al mismo nivel y enfrente del suelo. Que los hombres y mujeres caminaban por un largo sendero flanqueado por astros y plantas; que en veces, por entre las mazorcas de maíz de la cosecha, se podía encontrar alguna estrella errante, o alguno que otro planeta extraviado fuera de su órbita.
Aquellos hombres y mujeres no hacían mucha bulla cuando encontraban esos pedazos de cielo, y eran los niños quienes, después de jugar un rato, devolvían a su lugar las luces caídas.
Llegó entonces otro tiempo, el de arriba, el del mandón, el del dinero. Y el miedo repartió, y el terror sembró y muerte cosechó. Temeroso, pensó el cielo que arriba debía de estar y apartarse de la tierra, donde el mandón mandaba y destruía. Subió más y más y techo se hizo, lejano, inalcanzable. Pero, para no olvidar y tener siempre presente cómo debía ser el mundo, el cielo pidió al Yaqui que le llevara el apunte de la historia y que en la piel le prendiera una señal, una promesa, un compromiso.
Pero el cielo más y más se alejaba, y ya no estaban a la mano ni su piel ni sus luces. Tendió entonces el Yaqui su arco mayor y con una flecha trató de lazar al cielo y que más alto no subiera. Pero el cielo ya llevaba camino y más lejos se iba. Pero el Yaqui era fuerte, y fuertes su arco y su flecha. Y alcanzó la punta de la flecha a herir la piel aún nueva del cielo. No pudo detenerlo, no. Pero el cielo le dijo al Yaqui que no dejaría que esa herida cerrara por completo, que abierta y viva la tendría para recordar así el tiempo en que el mundo estaba cabal y los niños jugaban con granos de maíz y con estrellas.
Por eso nuestros más sabedores también llaman al Yaqui “El Recordador”, y es la luna obra de su flecha, lanzada entonces para ser memoria.
Por eso, dijo Elías Contreras, la luna es una herida de luz en el cielo, una lastimadura que cicatriza un tanto y de nuevo se vuelve a abrir. Y entonces cuentan que, cuando la luna está plena, la herida sangra de tal forma, que su luz alcanza a diluir la sombra que en el recuerdo vive.
Según esta versión de Elías Contreras, pensé, la herida fue hecha al cielo por alguno de los primeros Vigilantes, los guardianes de la tierra. Y pienso que Vícam, cuyo significado en lengua Yaqui es “punta de flecha”, nos recuerda la tenaz dignidad de este pueblo, no sólo para resistir las agresiones que ha sufrido desde que el dinero mandón se hizo en estas tierras, también para desafiar al cielo para que no olvide, para que tenga memoria.
Y traigo a estas Horas de Junio, a Vícam, a esta punta de flecha en la que se concentrará la resistencia y rebeldía de cientos de pueblos, tribus y naciones indias, desde Alaska hasta Tierra de Fuego, desde el Esquimal hasta el Mapuche. Y pienso que qué bueno que es este cielo del noroeste, esta luna y esta hora de junio quienes abren el oído y la mirada para de otra forma ver y oír al Yaqui. Para que Coyote vuelva a alimentar la esperanza de encontrar y ser encontrado por la herida que el amor y la distancia abrieron en la larga noche de los 500 años. Para hacernos eco del clamor del Yaqui, del Seri, del Mayo, del Pima, del Od´ham, y se escuche el canto que anuncia que el mundo deberá ser puesto de cabeza, “vuelteado” decimos los zapatistas, para que quede cabal y deje ya de ser una vergüenza o un oprobio el ser indígena o mujer o anciano o niño o diferente, en fin, para que el mundo sea un lugar de encuentro y no más un infierno con muchas traducciones.
Más allá, otra leyenda encontrada en estas horas de Junio, algo de magia asoma. Una carta parece, para una luz, de una sombra…
“Señora tan no mía:
Lea con mucha atención y cuide que nadie, absolutamente nadie, descubra el secreto que ahora le revelo…
Había una vez, en tierras entonces lejanas y sin embargo hoy cercanas, una ignorada raza de magos. En el exterior eran como cualquier otra raza: había hombres, mujeres, niños y ancianos; habían amores y desamores, odios y rencores, noblezas y bajezas, en fin, lo que puede haber y hay en cualquier raza. Tal vez así entienda porque digo que era “ignorada”, es decir, “desapercibida”, pero no por qué digo “de magos”. Ahora lo sabrá.
Resulta que las personas de esta raza tenían extrañas habilidades. Podían hacer, por ejemplo, que una sombra se olvidara de quien la proyectaba y anduviera por sí sola. Claro que esto sólo podía causar problemas. Imagine, por ejemplo, la desesperación de alguna señora que está horas y horas tallando el piso para eliminar una gran mancha y resulta que no, que no era una mancha sino una sombra dormida que ahora, es cierto, está más que despierta, cosa que se puede apreciar por la velocidad con la que se escapa por la ventana mientras la señora la persigue blandiendo, furibunda, escoba, cubeta, trapeador y un número indefinido de botellas de limpiadores de todas las marcas que garantizan remover las manchas más difíciles, pero de sombras pues ni hablar.
No sólo ese tipo de problemas causaban las sombras. En veces les daba por recostarse a descansar, apoyadas en las ventanas de la casa de una persona muuuy ocupada y muuuy importante. Si lo hacían cuando el sol de mediodía golpeaba como tambor enloquecido las paredes de la casa, era algo que se agradecía, y la persona muy importante y muy ocupada dedicaba unos segundos a sonreír, e inmediatamente continuaba con sus labores que, sobra decirlo, eran muuuy importantes. Pero si las sombras se recostaban sobre las ventanas antes de que amaneciera y se quedaban dormidas hasta bien entrada la mañana… ¡el acabose! Porque resulta que la persona muy importante y muy ocupada se despertaba, eso sí, temprano, como corresponde a toda persona importante y ocupada, pero veía que todo seguía oscuro, así que pensaba que aún era de noche y se volvía dormir. Esto se repetía una y otra vez, hasta que las sombras se iban y resulta que ¿ya viste la hora que es? y las carreras y las maldiciones, y ya se imaginará…
Por si fuera poco, las sombras también le traían problemas a las parejas.
Ahí tiene, por ejemplo, que una pareja siente que ya estuvo bueno de miradas lánguidas y tiernas, que a ella él le gusta, que a él ella le gusta, y que deciden que, bueno, por qué no degustarse mutuamente (qué, dicho sea de paso, es mucho mejor que “disgustarse mutuamente”), y ahí van buscando un rincón oscuro y discreto, y lo encuentran, y entonces las manos ya no tocan sólo las manos, y los labios siguen rumbos extraviados, y los suspiros ya parecen huracanes, y las humedades desatadas presagian tormenta y, justo cuando los relámpagos se inician en los vientres de ambos, se escucha… ¡un aplauso!
Sí, un aplauso, tímido, es cierto, pero un aplauso. Los amantes se detienen y buscan a los lados y nada. Entonces una vocecilla dice: “¡arrrroz con leche!, continúen por favor, realmente estoy aprendiendo cosas nuevas”
Sí, acertó, la voz era de una sombra, una sombra a la que los amantes habían confundido con un rincón oscuro y discreto.
Por supuesto que los amantes se vistieron como pudieron y salieron rápidamente, buscando lugares más solitarios para lloverse.
¿Cómo ve?
Y no crea que la cosa se solucionaba dando algunos zapatazos y patadas, buscando que algún movimiento nos dijera si era un rincón oscuro y discreto o una sombra libidinosa emboscada. No, había sombras con la piel muy dura…
En fin, éstos son sólo algunos de los problemas que causaban las sombras sueltas. Estoy seguro que ya se imaginará los otros.
Pero bueno, esta raza de magos también tenía muchas otras habilidades, las cuales le iré contando más adelante. Ahora quiero detenerme en una en especial, una que, se rumora, fue la causa de que está raza de magos desapareciera.
Se trata de la habilidad de ver al través de los ojos. Quiero decir, las personas de esta raza, cuando miraban a alguien la miraban adentro. Sí, si ellos miraban a alguien a los ojos, podían ver lo que tenía dentro, tocarlo. Y no me refiero a ver ese desorden de tripas y flujos que es el cuerpo, me refiero a ver lo que la gente era realmente.
No se necesita mucha imaginación para suponer que esa habilidad bien podría convertirse en una maldición.
Y hablo de que esta habilidad hacía inútiles todos los cosméticos (con la consiguiente quiebra de una importante área de la industria químico-farmacéutica, editorial, radiotelecomunicaciones, y anexas), las modas en el vestir (con la consiguiente quiebra de la industria textil, editorial, radiotelecomunicaciones y anexas), las joyas (con la consiguiente quiebra de la industria minero metalúrgica, editorial, radiotelecomunicaciones y anexas), los diferentes modelos de zapatos (con la consiguiente quiebra de etcétera). Es decir, esta raza podía ver y tocar a las personas como eran realmente, y no hay cosmético, ni moda, ni joya que pueda cambiar eso.
En fin, algunos dicen que fue por razones económicas, que los grandes capos de la industria presionaron muy fuerte; otros dicen que fue por razones prácticas, que a la gente no le gustaba ver las cosas como eran realmente; otros dicen que fueron los abogados los que promovieron un amparo primero, luego un recurso de interposición, luego una controversia constitucional y luego se mocharon con el agente, con el ministerio público, con la suprema corte y con dios (para que no hubiera posibilidad alguna de recurrir “a instancias superiores”), bueno, el caso es que esta raza de magos renunció propositivamente a su habilidad (o maldición, según se le vea) de ver y mirar tocando.
Pasó el tiempo y, sin esa habilidad, los magos fueron perdiendo sus otras habilidades. La industria de cosméticos, del vestido, del calzado, de joyería, y anexas se fueron a las nubes y alcanzaron altos niveles de prosperidad (lo que quiere decir que pocos se enriquecieron mucho, y muchos se empobrecieron mucho).
Todo hubiera quedado ahí, en una anécdota que terminaría por perderse en alguna hoja de algún libro que no tardaría en ser quemado. Pero no.
Resulta que una sombra, de ésas que molestaban a las señoras que hacían la limpieza, de ésas que aprendían de los amantes, de ésas que exasperaban a las personas muy importantes y muy ocupadas, una sombra aprendió ésa y otras habilidades de la raza de magos.
Así que me presento formalmente: soy Sombra, el último mago, y estoy aquí porque necesito verla y mirarla tocándola, porque necesito cobijar sus suspiros, porque quiero alargar la noche donde aún es de día; porque tengo que aprender de usted la magia mejor, la que en su mirada brilla, la que esconde en algún lugar de su cuerpo. Soy el último mago, y he de recorrer todo su cuerpo, todo, todo hasta encontrarla, hasta encontrarme.
Déme pues su venia, señora mía, que yo sabré ser sombra de su luz.
Vale.
Sombra, el guerrero.
Dejo la carta, y aún en la Sombra de la madrugada, una llave encuentro en el morral de la memoria.
Dije llave pero digo también puente. Porque el Viejo Antonio, aquel guerrero maya que conocí en las montañas del sureste mexicano, fue también un puente al pensamiento y modo de los indígenas que después pondrían, en su piel y en sus sueños, el nombre de “zapatistas”.
Como seguramente no sabrán, el español que se habla en nuestras comunidades tiene muchos giros, variantes y mezclas que, más que con las lenguas de raíz maya que se hablan en las montañas del sureste mexicano, tienen qué ver con una concepción del mundo “muy otra”, es decir, muy zapatista.
Así que si el nombre de la historia que les voy a contar suena muy otro, aún en su obviedad, les ruego ser generosos y tolerantes, pues las palabras zapatistas suelen abrir, con su paso propio, el camino que habrán de andar. Porque, para decir “subversión”, nosotros decimos “vueltación”.
Así que ésta es, como recuerdo que me fue narrada por el Viejo Antonio,…
LA HISTORIA DE LA VUELTACIÓN.
Contaba el Viejo Antonio que, en algún momento de la historia de la humanidad, el rico engañó a todos y, con oro, construyó un gran espejo y lo puso frente al mundo.
No recuerdo ahora si la instalación del espejo fue anterior, posterior o simultánea a la instalación del robo, la explotación, la represión y el desprecio como sinónimos de una “civilización” que se impuso a sangre, fuego y lodo sobre los pueblos indios del Continente Americano. En todo caso, no importa para esta historia que ahora les cuento.
Así que el gran espejo de oro, puesto que espejo era, presentaba todo invertido: lo que estaba arriba, aparecía abajo; la mentira semejaba verdad, el malo simulaba bondad, y la injusticia aparecía vestida con el ropaje de la perpetuidad y lo irremediable.
Tal vez por el poderoso brillo, tal vez por la novedad, tal vez por la pereza en el pensamiento, tal vez por todo eso, los hombres y mujeres dejaron de mirar bajo y levantaron la mirada mientras bajaban la sabiduría.
Obligados de cualquier forma a mirar hacia arriba, contaba el Viejo Antonio, los hombres y mujeres pensaron que el reflejo que veían era la realidad, y creyeron que nada podría cambiar eso. Porque en el mundo de arriba, el del espejo de oro, no sólo se ponía de revés todo lo que había estado cabal, también se presentaba como si siempre hubiera sido así y nunca fuera a cambiar.
Fue así que, por obra del espejo impuesto, vinieron sobre nuestras tierras dioses y gobiernos, todos falsos, todos ilegítimos, todos mandones, todos injustos, todos de arriba.
Los dioses primeros, los que crearon el mundo, en otro lado andaban. Tal vez fue por eso que no muy se dieron cuenta de lo que había pasado. Y cuando regresaron, ellos y ellas mismos empezaron a creer que no ellas y ellos eran los primeros y los creadores, sino que el mundo se había echado a andar por el soplo mágico del dios del dinero.
Cambiado el rumbo del inicio de los tiempos, el cambio de todo lo demás se dio casi como algo irremediable y fatal. La libertad que hizo al mundo andar sus primeros pasos, esclavitud se hizo y el de arriba se dijo salvador cuando mataba. La tierra, antes la madre y guardiana, fue tratada como enemigo y fue perseguida, torturada, sometida a leyes que no eran las suyas, asesinada al morir el respeto a ella.
Pero los dioses, ellos y ellas, los más primeros, las creadoras, habían sabido desde antes que el tiempo de la desmemoria iba a llegar, y que en ese tiempo, todo sería visto y valorado de revés.
Entonces, en tiempos más anteriores al de la desmemoria, habían encargado a unas mujeres y hombres el trabajo de recordar, de no olvidar, de tener memoria.
Dijo el Viejo Antonio, una madrugada como la que parió este caluroso día, pero hace 20 años y en un mayo gobernado por el sol de medianoche, que estos recordadores, Los Vigilantes, habían aprendido a vueltear las cosas, es decir, a subvertirlas.
Porque la memoria de Los Vigilantes estaba llena de las imágenes primeras y, con ellas como realidad, todo veían y miraban todo. Como si estuvieran soñando, miraban y nombraban las cosas. Y por eso nombraban las cosas como las veían, no como eran. Y, por ejemplo, cuando nombraban la palabra “libertad”, no se referían al frenético engaño de una esclavitud opcional en la forma y la misma en el fondo, sino al hacer digno, al respeto propio, al respeto al otro y al respeto a la tierra, la madre.
Por eso, dijo el Viejo Antonio, cuando Los Vigilantes decían algo, lo nombraban, y entonces empezaban a hacer como si ya fuera realidad lo apenas hecho palabra. Y dijo el Viejo Antonio que no era que las cosas aparecieran así como así, sino que ya estaban y se habían olvidado. Los Vigilantes no crean o inventan, sino que recuerdan y dan voz a la memoria, dijo el Viejo Antonio.
Por eso, cuentan, pudiera pensarse que cuando los zapatistas rompen el reloj de arriba el primero de enero de 1994, no hacen sino comenzar a romper muchas otras cosas, entre ellas la imagen de un país resignado y sumiso frente al tirano. Pero no. No son las cosas lo que rompen, sino el reflejo de las cosas en el espejo de arriba.
Por eso, y esto no lo dijo el Viejo Antonio, sino que lo digo yo con la venia de él y, espero, la de ustedes, la subversión no es mas que un acto de elemental justicia; al “vueltear” las cosas, al voltearlas, al trastornar el orden establecido, al subvertir los calendarios y las geografías, los indígenas zapatistas no hacen sino avisarnos que es abajo donde hay que mirar, que es abajo donde la memoria guarda sus brillos más luminosos, que es abajo donde la eternidad del poderoso apenas es un mal aliento en la larga respiración de la madre tierra.
La “Vueltación” es pues, según el Viejo Antonio, un afán y un deber zapatista y consiste, grosso modo, en voltear lo que está de un modo y ponerlo de otro modo, es decir, en subvertirlo.
En alguna parte de nuestro recorrido por la Otra Geografía de nuestro país, por el México de Abajo, dije que la libertad, al igual que el sexo, era adictiva. Que alguien la probaba y quería más… y más… y ya, porque ya de por sí hace bastante calor como para estarle soplando más al… arrrrroz con leche.
Tal vez. Pero tal vez también habría que agregar que la libertad es contagiosa. Porque en nuestro hacernos compañeras y compañeros con las otras y otros rebeldes, acá abajo, hemos sentido y conocido que cada vez son más quienes levantan como bandera lo que después será viento: la “vueltación” del sistema, es decir, su subversión.
El regreso del mundo a su posición original, plano, sin arriba ni abajo, sin explotadores ni explotados, sin robadores ni robados, sin represores ni reprimidos, sin despreciadores ni despreciados. Un mundo sin capitalistas. Es decir, un mundo sin amos ni patrones.
Cuando los zapatistas terminemos de hacer lo que tenemos que hacer, cuando terminemos con la “vueltación”, el mundo será tan distinto que un día el sol se despertará por la mañana, sorprendido, levantándose desde las tierras del Yaqui, del Seri, del Mayo, del Pima, del Od´ham, y se elevará caminando entonces hacia el oriente, para ir a reposar, con su mejor vestido rojo, en los brazos de la sombra de las montañas del sureste mexicano, donde los muertos que somos esperaremos de nuevo el tiempo de morir de nuevo, para de nuevo vivir…
Vale. Salud y que la “vueltación” se contagie como se me contagia la luz que a mi sombra hiere.
Desde el Noroeste de México.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Mayo del 2007.
P.D.- Es ya de madrugada, cuando Sombra, el guerrero, con cuidado, como si de tesoros se tratara, va recogiendo de su cuerpo roto los restos de la memoria de una luz. Con cada uno va repitiendo sus conjuros:
“Que no me olvide / que a sus ojos les haga falta mi mirada / que su cuerpo incompleto quede sin el mío / que a su corazón le falte mi latido / que ella, cuya grandeza admiro, me admita en el alto vuelo de su sueño”
En el cielo de las horas de Junio, la luna es una herida que no duele…
Junio del 2007.
Hermosillo, Sonora, México.
Queremos agradecer a quienes organizan estas “Horas de Junio” la oportunidad de encontrarlos y encontrarnos con este hombre que ha sabido resolver el dilema entre las letras y la lucha de la mejor forma, es decir, enarbolando ambas: Ernesto Cardenal.
Valgan estas palabras como homenaje a su vida y compromiso y, sobre todo, a la generosa mirada que este hombre ha dado a los pueblos indios de Nicaragua y de esa gran herida que nos duele y que se llama América Latina.
Y traigo también a este saludo a quien, como Ernesto Cardenal, puso la palabra en medio de la batalla por la libertad de nuestros pueblos latinoamericanos, José Martí. Y parafraseándolo, traigo y cultivo una rosa blanca, en junio como enero, para el amigo sincero a quien doy mi mano franca. De los zapatistas para usted, don Ernesto.
Y traigo también, de la otra esquina de nuestro México, del sureste, la otra flor que cultivamos: la flor de la palabra…
Alguna vez me contaron Los Vigilantes, nuestros guardianes, que cada tanto la madrugada se convierte en árbol. Y me contaron que en sus nocturnas ramas cuelgan, como estrellas a punto de desprenderse, historias y leyendas terribles y maravillosas.
Y me contaron que, cuando la madrugada es árbol, el cielo se acerca tanto al suelo que es posible, con sólo alargar el brazo, tocar sus secretos más escondidos y asomarse a otros mundos que ni siquiera han sido soñados o nombrados.
Y me dijeron que, en esa madrugada, la luz no tiene entrada, que sólo la sombra puede adentrarse en ese territorio y tomar, como si de frutos se tratara, las narraciones que memoria serán para quienes somos el color que somos de la tierra.
Y hay ahí historias llenas de luz, tesoros hechos palabras, alegrías que revientan y todo lo manchan con sus colores. Pero hay también dolores, heridas que no cierran, tristezas que sólo se alivian, y que nunca se curan, en palabras.
De la afiebrada cosecha de esa madrugada, traigo nuestra historia de siempre, una historia de dolor y de esperanza…
Y ahí nomás, sobresaliendo de la alforja de Sombra, se asoma la punta de una flecha. Con cuidado la tomo y el afilado vértice, palabra se hace en el “Vícam” de la lengua del Yaqui…
Hace apenas unas horas, saliendo de Vícam, cruzamos a un lado del cerro de “Boca Abierta”, una de las puertas del asediado territorio de la tribu Yaqui en Sonora.
Tal vez la luna había empezado temprano su caminar, porque cuando su luz me flanqueó, ya llevaba levantadas varias cuartas desde el horizonte. Su luz llena dibujaba perfectamente la silueta del cerro que, desde hace unas semanas, grita un llamado para todos los pueblos indios del continente americano: el Encuentro Continental de los Pueblos Indios, en octubre próximo.
“Una herida de luz”, pensé cuando miraba a quien una leyenda indígena del noroeste de México definió como el amor imposible de Coyote, el creador primero. Recordé entonces una anécdota que me fue referida por Elías Contreras, luego de uno de sus viajes por los rincones del México de abajo.
Ustedes no están para saberlo pero para eso estoy acá, para decirles que Elías Contreras es, o era, según el caso o cosa, Comisión de Investigación del EZLN. Es decir, era, o es, algo así como lo que ustedes llaman “detective”.
Tiempo atrás, en otra luna como la que se abre en estas Horas de Junio, Elías Contreras le contó a su amor imposible, la Magdalena, su personal versión de la historia de la luna…
Cuentan, dijo Elías Contreras, que muchos calendarios atrás, cuando ni los días, ni las horas tenían nombre y número, el cielo vivía muy cerca, al mismo nivel y enfrente del suelo. Que los hombres y mujeres caminaban por un largo sendero flanqueado por astros y plantas; que en veces, por entre las mazorcas de maíz de la cosecha, se podía encontrar alguna estrella errante, o alguno que otro planeta extraviado fuera de su órbita.
Aquellos hombres y mujeres no hacían mucha bulla cuando encontraban esos pedazos de cielo, y eran los niños quienes, después de jugar un rato, devolvían a su lugar las luces caídas.
Llegó entonces otro tiempo, el de arriba, el del mandón, el del dinero. Y el miedo repartió, y el terror sembró y muerte cosechó. Temeroso, pensó el cielo que arriba debía de estar y apartarse de la tierra, donde el mandón mandaba y destruía. Subió más y más y techo se hizo, lejano, inalcanzable. Pero, para no olvidar y tener siempre presente cómo debía ser el mundo, el cielo pidió al Yaqui que le llevara el apunte de la historia y que en la piel le prendiera una señal, una promesa, un compromiso.
Pero el cielo más y más se alejaba, y ya no estaban a la mano ni su piel ni sus luces. Tendió entonces el Yaqui su arco mayor y con una flecha trató de lazar al cielo y que más alto no subiera. Pero el cielo ya llevaba camino y más lejos se iba. Pero el Yaqui era fuerte, y fuertes su arco y su flecha. Y alcanzó la punta de la flecha a herir la piel aún nueva del cielo. No pudo detenerlo, no. Pero el cielo le dijo al Yaqui que no dejaría que esa herida cerrara por completo, que abierta y viva la tendría para recordar así el tiempo en que el mundo estaba cabal y los niños jugaban con granos de maíz y con estrellas.
Por eso nuestros más sabedores también llaman al Yaqui “El Recordador”, y es la luna obra de su flecha, lanzada entonces para ser memoria.
Por eso, dijo Elías Contreras, la luna es una herida de luz en el cielo, una lastimadura que cicatriza un tanto y de nuevo se vuelve a abrir. Y entonces cuentan que, cuando la luna está plena, la herida sangra de tal forma, que su luz alcanza a diluir la sombra que en el recuerdo vive.
Según esta versión de Elías Contreras, pensé, la herida fue hecha al cielo por alguno de los primeros Vigilantes, los guardianes de la tierra. Y pienso que Vícam, cuyo significado en lengua Yaqui es “punta de flecha”, nos recuerda la tenaz dignidad de este pueblo, no sólo para resistir las agresiones que ha sufrido desde que el dinero mandón se hizo en estas tierras, también para desafiar al cielo para que no olvide, para que tenga memoria.
Y traigo a estas Horas de Junio, a Vícam, a esta punta de flecha en la que se concentrará la resistencia y rebeldía de cientos de pueblos, tribus y naciones indias, desde Alaska hasta Tierra de Fuego, desde el Esquimal hasta el Mapuche. Y pienso que qué bueno que es este cielo del noroeste, esta luna y esta hora de junio quienes abren el oído y la mirada para de otra forma ver y oír al Yaqui. Para que Coyote vuelva a alimentar la esperanza de encontrar y ser encontrado por la herida que el amor y la distancia abrieron en la larga noche de los 500 años. Para hacernos eco del clamor del Yaqui, del Seri, del Mayo, del Pima, del Od´ham, y se escuche el canto que anuncia que el mundo deberá ser puesto de cabeza, “vuelteado” decimos los zapatistas, para que quede cabal y deje ya de ser una vergüenza o un oprobio el ser indígena o mujer o anciano o niño o diferente, en fin, para que el mundo sea un lugar de encuentro y no más un infierno con muchas traducciones.
Más allá, otra leyenda encontrada en estas horas de Junio, algo de magia asoma. Una carta parece, para una luz, de una sombra…
“Señora tan no mía:
Lea con mucha atención y cuide que nadie, absolutamente nadie, descubra el secreto que ahora le revelo…
Había una vez, en tierras entonces lejanas y sin embargo hoy cercanas, una ignorada raza de magos. En el exterior eran como cualquier otra raza: había hombres, mujeres, niños y ancianos; habían amores y desamores, odios y rencores, noblezas y bajezas, en fin, lo que puede haber y hay en cualquier raza. Tal vez así entienda porque digo que era “ignorada”, es decir, “desapercibida”, pero no por qué digo “de magos”. Ahora lo sabrá.
Resulta que las personas de esta raza tenían extrañas habilidades. Podían hacer, por ejemplo, que una sombra se olvidara de quien la proyectaba y anduviera por sí sola. Claro que esto sólo podía causar problemas. Imagine, por ejemplo, la desesperación de alguna señora que está horas y horas tallando el piso para eliminar una gran mancha y resulta que no, que no era una mancha sino una sombra dormida que ahora, es cierto, está más que despierta, cosa que se puede apreciar por la velocidad con la que se escapa por la ventana mientras la señora la persigue blandiendo, furibunda, escoba, cubeta, trapeador y un número indefinido de botellas de limpiadores de todas las marcas que garantizan remover las manchas más difíciles, pero de sombras pues ni hablar.
No sólo ese tipo de problemas causaban las sombras. En veces les daba por recostarse a descansar, apoyadas en las ventanas de la casa de una persona muuuy ocupada y muuuy importante. Si lo hacían cuando el sol de mediodía golpeaba como tambor enloquecido las paredes de la casa, era algo que se agradecía, y la persona muy importante y muy ocupada dedicaba unos segundos a sonreír, e inmediatamente continuaba con sus labores que, sobra decirlo, eran muuuy importantes. Pero si las sombras se recostaban sobre las ventanas antes de que amaneciera y se quedaban dormidas hasta bien entrada la mañana… ¡el acabose! Porque resulta que la persona muy importante y muy ocupada se despertaba, eso sí, temprano, como corresponde a toda persona importante y ocupada, pero veía que todo seguía oscuro, así que pensaba que aún era de noche y se volvía dormir. Esto se repetía una y otra vez, hasta que las sombras se iban y resulta que ¿ya viste la hora que es? y las carreras y las maldiciones, y ya se imaginará…
Por si fuera poco, las sombras también le traían problemas a las parejas.
Ahí tiene, por ejemplo, que una pareja siente que ya estuvo bueno de miradas lánguidas y tiernas, que a ella él le gusta, que a él ella le gusta, y que deciden que, bueno, por qué no degustarse mutuamente (qué, dicho sea de paso, es mucho mejor que “disgustarse mutuamente”), y ahí van buscando un rincón oscuro y discreto, y lo encuentran, y entonces las manos ya no tocan sólo las manos, y los labios siguen rumbos extraviados, y los suspiros ya parecen huracanes, y las humedades desatadas presagian tormenta y, justo cuando los relámpagos se inician en los vientres de ambos, se escucha… ¡un aplauso!
Sí, un aplauso, tímido, es cierto, pero un aplauso. Los amantes se detienen y buscan a los lados y nada. Entonces una vocecilla dice: “¡arrrroz con leche!, continúen por favor, realmente estoy aprendiendo cosas nuevas”
Sí, acertó, la voz era de una sombra, una sombra a la que los amantes habían confundido con un rincón oscuro y discreto.
Por supuesto que los amantes se vistieron como pudieron y salieron rápidamente, buscando lugares más solitarios para lloverse.
¿Cómo ve?
Y no crea que la cosa se solucionaba dando algunos zapatazos y patadas, buscando que algún movimiento nos dijera si era un rincón oscuro y discreto o una sombra libidinosa emboscada. No, había sombras con la piel muy dura…
En fin, éstos son sólo algunos de los problemas que causaban las sombras sueltas. Estoy seguro que ya se imaginará los otros.
Pero bueno, esta raza de magos también tenía muchas otras habilidades, las cuales le iré contando más adelante. Ahora quiero detenerme en una en especial, una que, se rumora, fue la causa de que está raza de magos desapareciera.
Se trata de la habilidad de ver al través de los ojos. Quiero decir, las personas de esta raza, cuando miraban a alguien la miraban adentro. Sí, si ellos miraban a alguien a los ojos, podían ver lo que tenía dentro, tocarlo. Y no me refiero a ver ese desorden de tripas y flujos que es el cuerpo, me refiero a ver lo que la gente era realmente.
No se necesita mucha imaginación para suponer que esa habilidad bien podría convertirse en una maldición.
Y hablo de que esta habilidad hacía inútiles todos los cosméticos (con la consiguiente quiebra de una importante área de la industria químico-farmacéutica, editorial, radiotelecomunicaciones, y anexas), las modas en el vestir (con la consiguiente quiebra de la industria textil, editorial, radiotelecomunicaciones y anexas), las joyas (con la consiguiente quiebra de la industria minero metalúrgica, editorial, radiotelecomunicaciones y anexas), los diferentes modelos de zapatos (con la consiguiente quiebra de etcétera). Es decir, esta raza podía ver y tocar a las personas como eran realmente, y no hay cosmético, ni moda, ni joya que pueda cambiar eso.
En fin, algunos dicen que fue por razones económicas, que los grandes capos de la industria presionaron muy fuerte; otros dicen que fue por razones prácticas, que a la gente no le gustaba ver las cosas como eran realmente; otros dicen que fueron los abogados los que promovieron un amparo primero, luego un recurso de interposición, luego una controversia constitucional y luego se mocharon con el agente, con el ministerio público, con la suprema corte y con dios (para que no hubiera posibilidad alguna de recurrir “a instancias superiores”), bueno, el caso es que esta raza de magos renunció propositivamente a su habilidad (o maldición, según se le vea) de ver y mirar tocando.
Pasó el tiempo y, sin esa habilidad, los magos fueron perdiendo sus otras habilidades. La industria de cosméticos, del vestido, del calzado, de joyería, y anexas se fueron a las nubes y alcanzaron altos niveles de prosperidad (lo que quiere decir que pocos se enriquecieron mucho, y muchos se empobrecieron mucho).
Todo hubiera quedado ahí, en una anécdota que terminaría por perderse en alguna hoja de algún libro que no tardaría en ser quemado. Pero no.
Resulta que una sombra, de ésas que molestaban a las señoras que hacían la limpieza, de ésas que aprendían de los amantes, de ésas que exasperaban a las personas muy importantes y muy ocupadas, una sombra aprendió ésa y otras habilidades de la raza de magos.
Así que me presento formalmente: soy Sombra, el último mago, y estoy aquí porque necesito verla y mirarla tocándola, porque necesito cobijar sus suspiros, porque quiero alargar la noche donde aún es de día; porque tengo que aprender de usted la magia mejor, la que en su mirada brilla, la que esconde en algún lugar de su cuerpo. Soy el último mago, y he de recorrer todo su cuerpo, todo, todo hasta encontrarla, hasta encontrarme.
Déme pues su venia, señora mía, que yo sabré ser sombra de su luz.
Vale.
Sombra, el guerrero.
Dejo la carta, y aún en la Sombra de la madrugada, una llave encuentro en el morral de la memoria.
Dije llave pero digo también puente. Porque el Viejo Antonio, aquel guerrero maya que conocí en las montañas del sureste mexicano, fue también un puente al pensamiento y modo de los indígenas que después pondrían, en su piel y en sus sueños, el nombre de “zapatistas”.
Como seguramente no sabrán, el español que se habla en nuestras comunidades tiene muchos giros, variantes y mezclas que, más que con las lenguas de raíz maya que se hablan en las montañas del sureste mexicano, tienen qué ver con una concepción del mundo “muy otra”, es decir, muy zapatista.
Así que si el nombre de la historia que les voy a contar suena muy otro, aún en su obviedad, les ruego ser generosos y tolerantes, pues las palabras zapatistas suelen abrir, con su paso propio, el camino que habrán de andar. Porque, para decir “subversión”, nosotros decimos “vueltación”.
Así que ésta es, como recuerdo que me fue narrada por el Viejo Antonio,…
LA HISTORIA DE LA VUELTACIÓN.
Contaba el Viejo Antonio que, en algún momento de la historia de la humanidad, el rico engañó a todos y, con oro, construyó un gran espejo y lo puso frente al mundo.
No recuerdo ahora si la instalación del espejo fue anterior, posterior o simultánea a la instalación del robo, la explotación, la represión y el desprecio como sinónimos de una “civilización” que se impuso a sangre, fuego y lodo sobre los pueblos indios del Continente Americano. En todo caso, no importa para esta historia que ahora les cuento.
Así que el gran espejo de oro, puesto que espejo era, presentaba todo invertido: lo que estaba arriba, aparecía abajo; la mentira semejaba verdad, el malo simulaba bondad, y la injusticia aparecía vestida con el ropaje de la perpetuidad y lo irremediable.
Tal vez por el poderoso brillo, tal vez por la novedad, tal vez por la pereza en el pensamiento, tal vez por todo eso, los hombres y mujeres dejaron de mirar bajo y levantaron la mirada mientras bajaban la sabiduría.
Obligados de cualquier forma a mirar hacia arriba, contaba el Viejo Antonio, los hombres y mujeres pensaron que el reflejo que veían era la realidad, y creyeron que nada podría cambiar eso. Porque en el mundo de arriba, el del espejo de oro, no sólo se ponía de revés todo lo que había estado cabal, también se presentaba como si siempre hubiera sido así y nunca fuera a cambiar.
Fue así que, por obra del espejo impuesto, vinieron sobre nuestras tierras dioses y gobiernos, todos falsos, todos ilegítimos, todos mandones, todos injustos, todos de arriba.
Los dioses primeros, los que crearon el mundo, en otro lado andaban. Tal vez fue por eso que no muy se dieron cuenta de lo que había pasado. Y cuando regresaron, ellos y ellas mismos empezaron a creer que no ellas y ellos eran los primeros y los creadores, sino que el mundo se había echado a andar por el soplo mágico del dios del dinero.
Cambiado el rumbo del inicio de los tiempos, el cambio de todo lo demás se dio casi como algo irremediable y fatal. La libertad que hizo al mundo andar sus primeros pasos, esclavitud se hizo y el de arriba se dijo salvador cuando mataba. La tierra, antes la madre y guardiana, fue tratada como enemigo y fue perseguida, torturada, sometida a leyes que no eran las suyas, asesinada al morir el respeto a ella.
Pero los dioses, ellos y ellas, los más primeros, las creadoras, habían sabido desde antes que el tiempo de la desmemoria iba a llegar, y que en ese tiempo, todo sería visto y valorado de revés.
Entonces, en tiempos más anteriores al de la desmemoria, habían encargado a unas mujeres y hombres el trabajo de recordar, de no olvidar, de tener memoria.
Dijo el Viejo Antonio, una madrugada como la que parió este caluroso día, pero hace 20 años y en un mayo gobernado por el sol de medianoche, que estos recordadores, Los Vigilantes, habían aprendido a vueltear las cosas, es decir, a subvertirlas.
Porque la memoria de Los Vigilantes estaba llena de las imágenes primeras y, con ellas como realidad, todo veían y miraban todo. Como si estuvieran soñando, miraban y nombraban las cosas. Y por eso nombraban las cosas como las veían, no como eran. Y, por ejemplo, cuando nombraban la palabra “libertad”, no se referían al frenético engaño de una esclavitud opcional en la forma y la misma en el fondo, sino al hacer digno, al respeto propio, al respeto al otro y al respeto a la tierra, la madre.
Por eso, dijo el Viejo Antonio, cuando Los Vigilantes decían algo, lo nombraban, y entonces empezaban a hacer como si ya fuera realidad lo apenas hecho palabra. Y dijo el Viejo Antonio que no era que las cosas aparecieran así como así, sino que ya estaban y se habían olvidado. Los Vigilantes no crean o inventan, sino que recuerdan y dan voz a la memoria, dijo el Viejo Antonio.
Por eso, cuentan, pudiera pensarse que cuando los zapatistas rompen el reloj de arriba el primero de enero de 1994, no hacen sino comenzar a romper muchas otras cosas, entre ellas la imagen de un país resignado y sumiso frente al tirano. Pero no. No son las cosas lo que rompen, sino el reflejo de las cosas en el espejo de arriba.
Por eso, y esto no lo dijo el Viejo Antonio, sino que lo digo yo con la venia de él y, espero, la de ustedes, la subversión no es mas que un acto de elemental justicia; al “vueltear” las cosas, al voltearlas, al trastornar el orden establecido, al subvertir los calendarios y las geografías, los indígenas zapatistas no hacen sino avisarnos que es abajo donde hay que mirar, que es abajo donde la memoria guarda sus brillos más luminosos, que es abajo donde la eternidad del poderoso apenas es un mal aliento en la larga respiración de la madre tierra.
La “Vueltación” es pues, según el Viejo Antonio, un afán y un deber zapatista y consiste, grosso modo, en voltear lo que está de un modo y ponerlo de otro modo, es decir, en subvertirlo.
En alguna parte de nuestro recorrido por la Otra Geografía de nuestro país, por el México de Abajo, dije que la libertad, al igual que el sexo, era adictiva. Que alguien la probaba y quería más… y más… y ya, porque ya de por sí hace bastante calor como para estarle soplando más al… arrrrroz con leche.
Tal vez. Pero tal vez también habría que agregar que la libertad es contagiosa. Porque en nuestro hacernos compañeras y compañeros con las otras y otros rebeldes, acá abajo, hemos sentido y conocido que cada vez son más quienes levantan como bandera lo que después será viento: la “vueltación” del sistema, es decir, su subversión.
El regreso del mundo a su posición original, plano, sin arriba ni abajo, sin explotadores ni explotados, sin robadores ni robados, sin represores ni reprimidos, sin despreciadores ni despreciados. Un mundo sin capitalistas. Es decir, un mundo sin amos ni patrones.
Cuando los zapatistas terminemos de hacer lo que tenemos que hacer, cuando terminemos con la “vueltación”, el mundo será tan distinto que un día el sol se despertará por la mañana, sorprendido, levantándose desde las tierras del Yaqui, del Seri, del Mayo, del Pima, del Od´ham, y se elevará caminando entonces hacia el oriente, para ir a reposar, con su mejor vestido rojo, en los brazos de la sombra de las montañas del sureste mexicano, donde los muertos que somos esperaremos de nuevo el tiempo de morir de nuevo, para de nuevo vivir…
Vale. Salud y que la “vueltación” se contagie como se me contagia la luz que a mi sombra hiere.
Desde el Noroeste de México.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Mayo del 2007.
P.D.- Es ya de madrugada, cuando Sombra, el guerrero, con cuidado, como si de tesoros se tratara, va recogiendo de su cuerpo roto los restos de la memoria de una luz. Con cada uno va repitiendo sus conjuros:
“Que no me olvide / que a sus ojos les haga falta mi mirada / que su cuerpo incompleto quede sin el mío / que a su corazón le falte mi latido / que ella, cuya grandeza admiro, me admita en el alto vuelo de su sueño”
En el cielo de las horas de Junio, la luna es una herida que no duele…
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