DOS POLÍTICAS Y UNA ÉTICA.
Junio del 2007.
Queremos agradecer a los compañeros y compañeras de los grupos y colectivos que se agrupan en el “OkupaChe”, el apoyo que nos han brindado para la realización de esta mesa redonda.
Allá arriba nos ofrecieron otros lugares, “mejor acondicionados”, dijeron, “más cómodos”. Como si la ética y la política fueran una cuestión de comodidad, y como si para los zapatistas fuera lo primordial el espacio y no el oído que, generoso, nos dan ahora ustedes.
Y esto lo escribo antes de decirlo, suponiendo que alguien acudió a esta mesa redonda que, para estar a la moda, ocupa ya el primer lugar de deslindes. Ya sólo faltaba que la propia mesa se deslindara.
Ética y Política. Fue a nosotros que se nos ocurrió este tema. En el vaivén mediático que ofrece píldoras somníferas a quien no quiera velar, desvelar y develar la realidad, hay varias cosas que están quedando como ausentes. El Poder parafrasea a Pablo Neruda y nos canta, con estridencia, “Me gusta cuando callas porque estás como pendiente”… de lo que digo, y estás como distante… esperando la próxima venta de temporada, es decir, las próximas elecciones”.
Fue entonces nuestra idea de que hay que nombrar lo ausente, lo que ahora aparece no sólo como que se excluye mutuamente, la ética y la política en este caso, sino que también se presenta como si fuera lógico, razonable, comprensible, justificable, aplaudible… y los “ibles” que se les ocurran.
Nombrar lo ausente, es uno de los modos de avivar la memoria que se dirige también hacia delante. Y elegimos precisamente el tema de la ética, no sólo para señalar su destierro y ausencia de la política de arriba, a más de su acorralamiento en el espacio de la academia; también para señalar o apuntar algunas pistas para que, en el abajo que estamos levantando, se abracen al fin la ética y la política en la única forma que pueden hacerlo, es decir, siendo “otras”.
Cuando sólo de palabras se trata, no pareciera haber ningún problema en hablar de ética y política. Se pueden escribir libros, dar clases, hacer investigaciones y, a veces, hasta participar en mesas redondas. Claro, siempre y cuando no sean en el Ché Guevara de Filosofía y Letras de la UNAM.
Pero ¿llevarla a un lugar rector del quehacer político propio? Vamos, eso es de ingenuos, puristas o de candorosos idealistas enfermos por el calendario de la juventud. Ya vendrá la realidad a cantar los versos que dicen: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero un puesto (o una beca) lloro, y a veces lloro sin querer”
Pero, si vamos a nombrar lo ausente, entonces preguntemos que se fizo de ello:
¿Cuándo y cómo fue que la ética y la política tomaron esos caminos?
La ética, el camino aséptico y mediocre de la academia.
La política, el camino del cinismo y la desvergüenza “realistas”.
¿Cuándo fue que la intelectualidad progresista renunció al análisis crítico y se convirtió en triste plañidera de las derrotas y fracasos de una parte de la clase política que ya lleva varios años muerta?
¿Cuándo se operó esa mágica alquimia que hizo de los intelectuales progresistas los justificadores, y no pocas veces los aduladores, del quehacer de una “izquierda” tan entre comillas y tan a la derecha, que tienen que hacer malabares para sacarla de su ubicación real en el espectro político?
¿Cuándo fue que la ética dejó de ser un referente y fue sustituida por las encuestas, el rating, las aglomeraciones de masas o de votos, y llegar a comparar, así, el plantón contra el fraude electoral del 2006 con el reciente concierto de Shakira en el zócalo?
“Hay que estar donde está la gente”, dijeron entonces. Así que seguramente estuvieron ahí, cuando la Shakira demostraba lo que yo, humildemente y con mis modestas habilidades, le enseñé. Sí, eso fue hace mucho tiempo. Ahora, ya con trabajos muevo las caderas cada tanto que me acomodo en el asiento, en los largos viajes de nuestro recorrido por el Otro México, el de abajo, el de la izquierda sin comillas, sin presupuestos y sin corresponsales asignados.
Pero ya me estoy yendo por otro lado, cuando lo mejor sería estarse viniendo. Bueno, ya, basta de albures. Estamos hablando de cosas serias y debemos ponernos serios, formales, aburridos.
Volvamos pues a las preguntas:
¿Cuándo fue que la corte parásita de la clase política mexicana, y analistas y locutores que la acompañan, se convirtió en un desordenado equipo de bufones sin público y sin comedia?
¿Cuándo fue que las noticias sobre los avatares de la clase política desplazaron, a la baja en el rating por supuesto, a la barra cómica en los medios electrónicos?
¿Cuándo fue que el reiterado proceso de suplantación de identidades empezó a ser aclamado, si era (o es), como en esta universidad, la Nacional Autónoma de México, una imposición en donde cada quien busca no quedarse fuera, y a cambio le ofrece el aliño a una “izquierda” tan bien portada que no sólo “luce” en las fotos, también contrasta con esta generación de jóvenes (es decir, nosotros, nosotras, la banda, la raza, los fachosos, los otros, los sucios, los feos, los malos, y, bueno, ya que estamos en lo de la equidad de género, pues también las sucias, las feas, las malas –y que lo digas-); nosotras, nosotros, las jirafas y jirafos que encontramos, no el análisis crítico, sino el desprecio, la burla y la persecución de quienes se autodenominan “la clase pensante”?
Mire joven, la diferencia fundamental entre la Torre de Rectoría y el auditorio Che Guevara es el presupuesto. A mí qué me importa lo que se haga ahí abajo si no puedo anunciarlo en la gaceta universitaria y cobrarlo en facturas “all included”. Por favor, joven, sea usted realista: la comunidad universitaria está aquí arriba. Allá afuera están los clientes, sí, los clientes a la hora de los laboratorios, las becas, los cursos, las inscripciones, los puestos y… los cambios en las direcciones y la rectoría. ¿La ética? Mmh… me suena. ¿En cuánto se cotiza?
¿Y qué se fizo de la “izquierda” (ya llevo tantas comillas para “izquierda” que temo que se le acaben al teclado) que caminó lo electoral (algo comprensible y valedero) y a su paso fue dejando los principios, es decir, la identidad, como si fuerab no sólo un montón de escombros, sino también un lastre?
En un extraño razonamiento, los fracasos evidentes no llevaron a replantear el lugar de los principios de un quehacer político que se reclamaba, y reclama, como una lucha por la justicia, ésa eterna ausente en el México de Abajo –y del mundo, dicho sea de paso-.
No, si perdieron o les robaron (la diferencia está en la cantidad de publicidad pagada por cada bando) es porque les faltó “estrategia de medios”, que es como ahora se dice a la claudicación en los principios, al sometimiento al Rey Midas del poder que todo lo que toca lo convierte en mierda.
Y falló la “política de alianzas”, que es como ahora se llama al servil cortejo a una clase dominante que, es cierto, es coqueta, pero siempre fiel a sus intereses.
Y fallaron los acuerdos y la “unidad” a todo precio, a cualquier costo, por cualquier puesto. “Unámonos”, dijeron, pero en realidad pensaban: “subordínense”, “olviden”, “ríndanse”.
Y quien dijo y dice “¡NO!” es “sectario”, “infantil”, “juguete de la derecha”. Y arrancaron de sus paredes las fotos de los zapatistas, y en su lugar pusieron las de los calumniadores, perseguidores y asesinos de indígenas zapatistas: Gustavo Iruegas, Arturo Nuñez, Ricardo Monreal, y el autodenominado rector de la UNAM, el señorito Juan Ramón De La Fuente, entre otros.
Y prendieron sus veladoras… mientras los del otro bando prendían los reflectores mediáticos.
En México, allá arriba pueden decir, sin sonrojarse siquiera, que está bien que se golpee y encarcele a gente de abajo, gente que se la raja cada día para sacar honestamente algo qué llevar a su familia, que se le despoje de su casa, su pequeño comercio, su mercancía, su medio de vida pues, que se aplauda (o se calle, que es una forma más ruin de aplaudir) que, como en una guerra de conquista, se despoje –allá arriba dicen “se expropie”- de territorios enteros a una ciudad, para entregarlos luego a los grandes inversionistas que, basta un poco de memoria, son los héroes y aliados de hoy… y los traidores de mañana.
El caso de Carlos Slim, el aliado anteayer, el traidor ayer, el amigo hoy, el aliado mañana, el traidor pasado mañana, es el botón de lujo de la muestra oculta del Poder. Y estoy hablando de la Ciudad de México, del barrio de Tepito y de su gente, de Iztapalapa y de su gente, de Santa María La Rivera y de su gente.
Sin ningún proceso judicial de por medio, se ataca y se despoja. Y los medios suplen las órdenes de cateo, y se convierten en jueces y verdugos: “se dedicaban al narco menudeo”, señalan. Y ninguno de quienes hacen del pensamiento su trabajo, dice nada. Ni siquiera para preguntar lo elemental, es decir, “si eran narcotraficantes, ¿por qué vivían donde vivían?” En lugar de preguntas, evidencias: “Por algo será”, “se lo merecen”, “algo habrán hecho”, y entonces voltear a ver a otro lado, a un concierto en el zócalo, a una plaza llena para unas fotos donde las personas son sólo piezas en una ordenada exposición de pieles desnudas, a todo lo que no reclame compromiso, cuestionamiento, ética.
Parece que, con el embate neoliberal, no sólo se derrumbaron las reglas no escritas de la política en México y los referentes al político como “hombre de Estado”. También yacen, entre los restos del naufragio de la clase política mexicana toda: la dignidad, la decencia… y la vergüenza.
Pareciera ser que los márgenes de la honestidad y la vergüenza se han ampliado bastante, hasta tal punto que no parece haber ninguna limitante. Un extraño razonamiento que reza: “según las encuestas electorales, mis enemigos pueden ser mis amigos”, al rato Elba Esther Gordillo dejará de ser una bruja cuando se “moche” con el Frente Amplio Opositor, y será entonces una gran luchadora social y un ejemplo para el magisterio… a quien ha explotado, perseguido, traicionado y asesinado. Y los políticos son basura reciclable: ahora los nuevos “héroes” y “progresistas” son Manuel Barttlet, Javier Corral y Sauri Riancho. Seguramente el Diálogo Nacional los invitará a su próxima reunión, aunque no sé cuáles son “las bases obreras y campesinas” que tengan este trío de sinvergüenzas, ni los malabares que hagan sus dirigentes para justificarlo.
Yo sé que más de uno sacará citas de Lenin para justificar lo que se hace y deshace. Después de todo, Lenin es útil para todo… hasta para contradecirlo.
Pero estamos algo lejos de la Rusia Zarista, del Palacio de Invierno y de la Duma.
Allá arriba, el siglo XXI en México arrancó sumando, a la falta de ingenio, inteligencia y coraje, la falta de vergüenza.
Si con Miguel De la Madrid se repitió el ciclo de un presidente mediocre, seguido de un presidente cobarde (Carlos Salinas de Gortari) y luego un presidente imbécil (Ernesto Zedillo Ponce de León), con Fox y Calderón parece que se trabó el disco duro de la cibernética política porque no aparecen ni los mediocres ni los cobardes, y los imbéciles reinan, o creen hacerlo, o fingen, o no les importa siquiera no simularlo.
Felipe Calderón Hinojosa, corto no sólo de estatura, se pierde en las fotos donde abundan los verdes olivo y los grises. “¡Vamos ganando!”, dice, pero todos sabemos quiénes están incluidos en ese plural y quienes no.
Cada día que pasa hay más sangre en las calles y en los campos de México, y él oferta en el extranjero el mismo México ficticio que heredó de Fox.
Y con descaro explica a los posibles compradores: “Los muchachos (refiriéndose a soldados y policías) están limpiando el sitio. Hacen un poco de ruido, es cierto, pero pronto quedará todo limpio. Sobre todo de mexicanos, que son el principal estorbo. Verá usted cómo, pronto, donde antes había un país, habrá un terreno baldío y podrá invertir en lo que le plazca”
¡Ah! Y los medios: ahora a ponernos a elegir entre Espino y Calderón. ¿Quién será ahora el menos malo?
Lo reiteramos: allá arriba no hay nada qué hacer, ni siquiera chistes.
Por eso estamos hoy aquí, con ustedes. Porque creemos, y en nosotros “creer” es un sinónimo de “hacer”, y “hacer” un sinónimo de “luchar”, y “luchar” un sinónimo de “soñar”, que es posible construir otra forma de hacer política, y que su andamiaje principal es la ética, otra ética.
Antes he tratado de explicar que los zapatistas somos guerreros y guerreras. Y esto no sólo quiere decir que nos asumimos como luchadores, en veces a la defensiva y en veces a la ofensiva. También que tenemos una ética que poco o nada tiene qué ver con lo que se enseña o pretende enseñar en aulas, libros o mesas redondas con deslindes incluidos, sino con un compromiso.
Nuestra posición ha merecido el desprecio y la crítica de los neo apologistas de lo indefendible, es decir, del quehacer de una clase política que al lodo y la sangre que le manchan las manos, suma ahora el cinismo de presentar su claudicación como “madurez”, “modernidad” y “realismo”.
Y, qué paradójico, recuerdo ahora que nos ofrecieron comodidades para esta mesa cuadrada (tal vez por eso es despechada) a nosotros, que desde que salimos hemos sido los incómodos constantes y sonantes para ese sector del pensamiento.
José Martí dijo alguna vez que el hombre verdadero no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.
Ahora se podría decir que el hombre y la mujer de abajo y a la izquierda no miran de qué lado van las encuestas, sino de qué lado está el deber.
Y el deber, para nosotros los zapatistas, es nuestra ética, la ética del guerrero.
Ya antes hablé de su origen, de las fuentes en que abrevamos para ser lo que somos y seremos.
Ahora sólo quiero recordar lo siguiente:
La ética del guerrero se podría resumir en los siguientes puntos:
1.- Estar siempre en disposición de aprender y hacerlo. Dos son las palabras fundamentales en el andar del guerrero: “no sé”. Mientras las “cabezas grandes”, como dijera alguna vez el Comandante Tacho, opinan sobre todo y pretenden que todo lo saben, el guerrero se asoma a lo desconocido con la misma capacidad de admiración que se tiene ante algo nuevo. Cuando salimos al camino que nos marcamos con la Sexta Declaración, no repartimos juicios y recetas. Escuchamos y miramos para aprender. No para suplantar o dirigir, sino para respetar. El respeto al otro, a la otra, es como nosotros decimos “compañero”, “compañera”.
2.- Estar al servicio de una causa materializada. No se trata de luchar por quimeras, ni de engañarse sobre el enemigo, la batalla, las derrotas, la victoria. Sabemos que hay y habrá dolores, algunos sin ningún alivio posible, como el dolor de la muerte de Alexis Benhumea, nuestro compañero y estudiante de esta universidad, terminado de asesinar por el gobierno hace un año. Y hay otros que requieren un paciente cultivo de la rabia, como el de saber a nuestras compañeras y compañeros presos de Atenco: Nacho, Magdalena, Mariana, por mencionar sólo a tres de ellas y ellos.
Pero sabemos también que esos y estos dolores que no cicatrizan tienen rumbo, destino, final. Y que esa gran causa que nos motiva no inhibe o subordina las causas de todos los tamaños, sino que precisamente en ellas se materializa.
3.- Respetar a los antecesores. La memoria es el alimento vital del guerrero. El agua donde abrevamos es nuestra historia. No sólo como zapatistas, no sólo como indígenas, no sólo como mexicanos. Donde otros leen y repiten derrotas, para así justificar rendiciones, nosotros leemos enseñanzas. Donde otros ven personajes, líderes y héroes, nosotros vemos pueblos enteros cumpliendo la función de maestros a la distancia, en tiempo, geografía y modo. La historia de abajo no es sino una inmensa memoria colectiva.
4.- Existir para el bien de la humanidad, es decir, la justicia. Ojo: no dije “para tomar al poder”, ni “para llegar a un cargo público”, ni para “pasar a la historia”, ni “para desde arriba solucionar lo de abajo”. Digo, en cambio, nombrar y traer acá a esa otra gran ausente en el camino del de abajo: la justicia. Y no porque esté en algún lado, escondida, esperando que alguien que se cree iluminado la encuentre y venga y nos la obsequie, y nuestros calendarios se llenen de monumentos, bustos y estatuas, sino porque es algo que se construye como se construye todo lo que nos hace seres humanos, es decir, en colectivo.
5.- Para esta batalla que sabemos difícil, e interminable agregaría yo, debemos dotarnos de armas y herramientas que nada tienen qué ver con lo que ahora se encuentra en las páginas de cualquier periódico o en los noticieros televisivos. Armas y herramientos que no son sino las ciencias, las técnicas y las artes. Y de entre todas ellas, la de la palabra.
Por algunas circunstancias de las que ahora no voy a hablar, los zapatistas tendemos a ver y mirar mundos para los que no hay todavía palabras en los diccionarios.
Pero así como vemos las cosas lejanas como si estuvieran a la vuelta de la esquina, vemos las cosas cercanas e inmediatas con el reposo de la distancia y el tiempo que creamos con nuestra propia geografía y nuestro propio calendario.
Lo más importante (y lo más olvidado) es que el guerrero debe cultivar la capacidad de ver hacia delante, imaginar el todo compuesto y terminado, prever los subes y bajas del camino, los contratiempos y su solución. Debe ser sabio en la lucha, esto es: en determinar cuáles son los puntos esenciales de una situación, dónde deben aplicarse qué esfuerzos y cuáles combates deben ganarse o perderse.
El guerrero debe poner atención y dedicación a las cosas pequeñas y a las grandes, las superficiales y las profundas, y trazar así una especie de mapa tridimensional donde cada parte adquiere un sentido preciso según lo dicta el todo, y el todo sólo adquiere razón y legitimidad en cada una de sus partes.
Así, el guerrero debe buscar el ritmo, es decir, el acompañamiento entre las partes del todo. Y no la velocidad que termina por dejar lo importante por atender lo urgente.
En nuestra ética, entonces, se trata de no pensar indignamente, para no actuar deshonestamente. Aprender siempre, siempre prepararse, conocer todos los caminos posibles, sus pasos, sus velocidades, sus ritmos. No para todos andar, sino para saber de todos, con todos caminar y llegar con todos.
No es al hoy, a lo inmediato, a lo efímero, que vemos. Nuestra mirada llega más lejos. Hasta allá, donde se ven a un hombre o a una mujer cualquiera, despertarse con la nueva y tierna angustia de saber que deben decidir sobre su destino, que caminan por el día con la incertidumbre que da la responsabilidad de llenar de contenido la palabra “libertad”.
Hasta allá miramos, hasta el tiempo y el lugar donde alguien le regala a alguien algo. Y es tan lejos que no se alcanza distinguir si es una flor rrroja o una estrella o un sol lo que de una a otra mano se tiende.
Nuestra ética tiene ese destino.
No sólo por eso, pero también por eso, es que sabemos que vamos a ganar…
Muchas gracias.
Desde el auditorio Che Guevara, en la otra Ciudad Universitaria de la UNAM.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Junio del 2007.
Junio del 2007.
Queremos agradecer a los compañeros y compañeras de los grupos y colectivos que se agrupan en el “OkupaChe”, el apoyo que nos han brindado para la realización de esta mesa redonda.
Allá arriba nos ofrecieron otros lugares, “mejor acondicionados”, dijeron, “más cómodos”. Como si la ética y la política fueran una cuestión de comodidad, y como si para los zapatistas fuera lo primordial el espacio y no el oído que, generoso, nos dan ahora ustedes.
Y esto lo escribo antes de decirlo, suponiendo que alguien acudió a esta mesa redonda que, para estar a la moda, ocupa ya el primer lugar de deslindes. Ya sólo faltaba que la propia mesa se deslindara.
Ética y Política. Fue a nosotros que se nos ocurrió este tema. En el vaivén mediático que ofrece píldoras somníferas a quien no quiera velar, desvelar y develar la realidad, hay varias cosas que están quedando como ausentes. El Poder parafrasea a Pablo Neruda y nos canta, con estridencia, “Me gusta cuando callas porque estás como pendiente”… de lo que digo, y estás como distante… esperando la próxima venta de temporada, es decir, las próximas elecciones”.
Fue entonces nuestra idea de que hay que nombrar lo ausente, lo que ahora aparece no sólo como que se excluye mutuamente, la ética y la política en este caso, sino que también se presenta como si fuera lógico, razonable, comprensible, justificable, aplaudible… y los “ibles” que se les ocurran.
Nombrar lo ausente, es uno de los modos de avivar la memoria que se dirige también hacia delante. Y elegimos precisamente el tema de la ética, no sólo para señalar su destierro y ausencia de la política de arriba, a más de su acorralamiento en el espacio de la academia; también para señalar o apuntar algunas pistas para que, en el abajo que estamos levantando, se abracen al fin la ética y la política en la única forma que pueden hacerlo, es decir, siendo “otras”.
Cuando sólo de palabras se trata, no pareciera haber ningún problema en hablar de ética y política. Se pueden escribir libros, dar clases, hacer investigaciones y, a veces, hasta participar en mesas redondas. Claro, siempre y cuando no sean en el Ché Guevara de Filosofía y Letras de la UNAM.
Pero ¿llevarla a un lugar rector del quehacer político propio? Vamos, eso es de ingenuos, puristas o de candorosos idealistas enfermos por el calendario de la juventud. Ya vendrá la realidad a cantar los versos que dicen: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero un puesto (o una beca) lloro, y a veces lloro sin querer”
Pero, si vamos a nombrar lo ausente, entonces preguntemos que se fizo de ello:
¿Cuándo y cómo fue que la ética y la política tomaron esos caminos?
La ética, el camino aséptico y mediocre de la academia.
La política, el camino del cinismo y la desvergüenza “realistas”.
¿Cuándo fue que la intelectualidad progresista renunció al análisis crítico y se convirtió en triste plañidera de las derrotas y fracasos de una parte de la clase política que ya lleva varios años muerta?
¿Cuándo se operó esa mágica alquimia que hizo de los intelectuales progresistas los justificadores, y no pocas veces los aduladores, del quehacer de una “izquierda” tan entre comillas y tan a la derecha, que tienen que hacer malabares para sacarla de su ubicación real en el espectro político?
¿Cuándo fue que la ética dejó de ser un referente y fue sustituida por las encuestas, el rating, las aglomeraciones de masas o de votos, y llegar a comparar, así, el plantón contra el fraude electoral del 2006 con el reciente concierto de Shakira en el zócalo?
“Hay que estar donde está la gente”, dijeron entonces. Así que seguramente estuvieron ahí, cuando la Shakira demostraba lo que yo, humildemente y con mis modestas habilidades, le enseñé. Sí, eso fue hace mucho tiempo. Ahora, ya con trabajos muevo las caderas cada tanto que me acomodo en el asiento, en los largos viajes de nuestro recorrido por el Otro México, el de abajo, el de la izquierda sin comillas, sin presupuestos y sin corresponsales asignados.
Pero ya me estoy yendo por otro lado, cuando lo mejor sería estarse viniendo. Bueno, ya, basta de albures. Estamos hablando de cosas serias y debemos ponernos serios, formales, aburridos.
Volvamos pues a las preguntas:
¿Cuándo fue que la corte parásita de la clase política mexicana, y analistas y locutores que la acompañan, se convirtió en un desordenado equipo de bufones sin público y sin comedia?
¿Cuándo fue que las noticias sobre los avatares de la clase política desplazaron, a la baja en el rating por supuesto, a la barra cómica en los medios electrónicos?
¿Cuándo fue que el reiterado proceso de suplantación de identidades empezó a ser aclamado, si era (o es), como en esta universidad, la Nacional Autónoma de México, una imposición en donde cada quien busca no quedarse fuera, y a cambio le ofrece el aliño a una “izquierda” tan bien portada que no sólo “luce” en las fotos, también contrasta con esta generación de jóvenes (es decir, nosotros, nosotras, la banda, la raza, los fachosos, los otros, los sucios, los feos, los malos, y, bueno, ya que estamos en lo de la equidad de género, pues también las sucias, las feas, las malas –y que lo digas-); nosotras, nosotros, las jirafas y jirafos que encontramos, no el análisis crítico, sino el desprecio, la burla y la persecución de quienes se autodenominan “la clase pensante”?
Mire joven, la diferencia fundamental entre la Torre de Rectoría y el auditorio Che Guevara es el presupuesto. A mí qué me importa lo que se haga ahí abajo si no puedo anunciarlo en la gaceta universitaria y cobrarlo en facturas “all included”. Por favor, joven, sea usted realista: la comunidad universitaria está aquí arriba. Allá afuera están los clientes, sí, los clientes a la hora de los laboratorios, las becas, los cursos, las inscripciones, los puestos y… los cambios en las direcciones y la rectoría. ¿La ética? Mmh… me suena. ¿En cuánto se cotiza?
¿Y qué se fizo de la “izquierda” (ya llevo tantas comillas para “izquierda” que temo que se le acaben al teclado) que caminó lo electoral (algo comprensible y valedero) y a su paso fue dejando los principios, es decir, la identidad, como si fuerab no sólo un montón de escombros, sino también un lastre?
En un extraño razonamiento, los fracasos evidentes no llevaron a replantear el lugar de los principios de un quehacer político que se reclamaba, y reclama, como una lucha por la justicia, ésa eterna ausente en el México de Abajo –y del mundo, dicho sea de paso-.
No, si perdieron o les robaron (la diferencia está en la cantidad de publicidad pagada por cada bando) es porque les faltó “estrategia de medios”, que es como ahora se dice a la claudicación en los principios, al sometimiento al Rey Midas del poder que todo lo que toca lo convierte en mierda.
Y falló la “política de alianzas”, que es como ahora se llama al servil cortejo a una clase dominante que, es cierto, es coqueta, pero siempre fiel a sus intereses.
Y fallaron los acuerdos y la “unidad” a todo precio, a cualquier costo, por cualquier puesto. “Unámonos”, dijeron, pero en realidad pensaban: “subordínense”, “olviden”, “ríndanse”.
Y quien dijo y dice “¡NO!” es “sectario”, “infantil”, “juguete de la derecha”. Y arrancaron de sus paredes las fotos de los zapatistas, y en su lugar pusieron las de los calumniadores, perseguidores y asesinos de indígenas zapatistas: Gustavo Iruegas, Arturo Nuñez, Ricardo Monreal, y el autodenominado rector de la UNAM, el señorito Juan Ramón De La Fuente, entre otros.
Y prendieron sus veladoras… mientras los del otro bando prendían los reflectores mediáticos.
En México, allá arriba pueden decir, sin sonrojarse siquiera, que está bien que se golpee y encarcele a gente de abajo, gente que se la raja cada día para sacar honestamente algo qué llevar a su familia, que se le despoje de su casa, su pequeño comercio, su mercancía, su medio de vida pues, que se aplauda (o se calle, que es una forma más ruin de aplaudir) que, como en una guerra de conquista, se despoje –allá arriba dicen “se expropie”- de territorios enteros a una ciudad, para entregarlos luego a los grandes inversionistas que, basta un poco de memoria, son los héroes y aliados de hoy… y los traidores de mañana.
El caso de Carlos Slim, el aliado anteayer, el traidor ayer, el amigo hoy, el aliado mañana, el traidor pasado mañana, es el botón de lujo de la muestra oculta del Poder. Y estoy hablando de la Ciudad de México, del barrio de Tepito y de su gente, de Iztapalapa y de su gente, de Santa María La Rivera y de su gente.
Sin ningún proceso judicial de por medio, se ataca y se despoja. Y los medios suplen las órdenes de cateo, y se convierten en jueces y verdugos: “se dedicaban al narco menudeo”, señalan. Y ninguno de quienes hacen del pensamiento su trabajo, dice nada. Ni siquiera para preguntar lo elemental, es decir, “si eran narcotraficantes, ¿por qué vivían donde vivían?” En lugar de preguntas, evidencias: “Por algo será”, “se lo merecen”, “algo habrán hecho”, y entonces voltear a ver a otro lado, a un concierto en el zócalo, a una plaza llena para unas fotos donde las personas son sólo piezas en una ordenada exposición de pieles desnudas, a todo lo que no reclame compromiso, cuestionamiento, ética.
Parece que, con el embate neoliberal, no sólo se derrumbaron las reglas no escritas de la política en México y los referentes al político como “hombre de Estado”. También yacen, entre los restos del naufragio de la clase política mexicana toda: la dignidad, la decencia… y la vergüenza.
Pareciera ser que los márgenes de la honestidad y la vergüenza se han ampliado bastante, hasta tal punto que no parece haber ninguna limitante. Un extraño razonamiento que reza: “según las encuestas electorales, mis enemigos pueden ser mis amigos”, al rato Elba Esther Gordillo dejará de ser una bruja cuando se “moche” con el Frente Amplio Opositor, y será entonces una gran luchadora social y un ejemplo para el magisterio… a quien ha explotado, perseguido, traicionado y asesinado. Y los políticos son basura reciclable: ahora los nuevos “héroes” y “progresistas” son Manuel Barttlet, Javier Corral y Sauri Riancho. Seguramente el Diálogo Nacional los invitará a su próxima reunión, aunque no sé cuáles son “las bases obreras y campesinas” que tengan este trío de sinvergüenzas, ni los malabares que hagan sus dirigentes para justificarlo.
Yo sé que más de uno sacará citas de Lenin para justificar lo que se hace y deshace. Después de todo, Lenin es útil para todo… hasta para contradecirlo.
Pero estamos algo lejos de la Rusia Zarista, del Palacio de Invierno y de la Duma.
Allá arriba, el siglo XXI en México arrancó sumando, a la falta de ingenio, inteligencia y coraje, la falta de vergüenza.
Si con Miguel De la Madrid se repitió el ciclo de un presidente mediocre, seguido de un presidente cobarde (Carlos Salinas de Gortari) y luego un presidente imbécil (Ernesto Zedillo Ponce de León), con Fox y Calderón parece que se trabó el disco duro de la cibernética política porque no aparecen ni los mediocres ni los cobardes, y los imbéciles reinan, o creen hacerlo, o fingen, o no les importa siquiera no simularlo.
Felipe Calderón Hinojosa, corto no sólo de estatura, se pierde en las fotos donde abundan los verdes olivo y los grises. “¡Vamos ganando!”, dice, pero todos sabemos quiénes están incluidos en ese plural y quienes no.
Cada día que pasa hay más sangre en las calles y en los campos de México, y él oferta en el extranjero el mismo México ficticio que heredó de Fox.
Y con descaro explica a los posibles compradores: “Los muchachos (refiriéndose a soldados y policías) están limpiando el sitio. Hacen un poco de ruido, es cierto, pero pronto quedará todo limpio. Sobre todo de mexicanos, que son el principal estorbo. Verá usted cómo, pronto, donde antes había un país, habrá un terreno baldío y podrá invertir en lo que le plazca”
¡Ah! Y los medios: ahora a ponernos a elegir entre Espino y Calderón. ¿Quién será ahora el menos malo?
Lo reiteramos: allá arriba no hay nada qué hacer, ni siquiera chistes.
Por eso estamos hoy aquí, con ustedes. Porque creemos, y en nosotros “creer” es un sinónimo de “hacer”, y “hacer” un sinónimo de “luchar”, y “luchar” un sinónimo de “soñar”, que es posible construir otra forma de hacer política, y que su andamiaje principal es la ética, otra ética.
Antes he tratado de explicar que los zapatistas somos guerreros y guerreras. Y esto no sólo quiere decir que nos asumimos como luchadores, en veces a la defensiva y en veces a la ofensiva. También que tenemos una ética que poco o nada tiene qué ver con lo que se enseña o pretende enseñar en aulas, libros o mesas redondas con deslindes incluidos, sino con un compromiso.
Nuestra posición ha merecido el desprecio y la crítica de los neo apologistas de lo indefendible, es decir, del quehacer de una clase política que al lodo y la sangre que le manchan las manos, suma ahora el cinismo de presentar su claudicación como “madurez”, “modernidad” y “realismo”.
Y, qué paradójico, recuerdo ahora que nos ofrecieron comodidades para esta mesa cuadrada (tal vez por eso es despechada) a nosotros, que desde que salimos hemos sido los incómodos constantes y sonantes para ese sector del pensamiento.
José Martí dijo alguna vez que el hombre verdadero no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.
Ahora se podría decir que el hombre y la mujer de abajo y a la izquierda no miran de qué lado van las encuestas, sino de qué lado está el deber.
Y el deber, para nosotros los zapatistas, es nuestra ética, la ética del guerrero.
Ya antes hablé de su origen, de las fuentes en que abrevamos para ser lo que somos y seremos.
Ahora sólo quiero recordar lo siguiente:
La ética del guerrero se podría resumir en los siguientes puntos:
1.- Estar siempre en disposición de aprender y hacerlo. Dos son las palabras fundamentales en el andar del guerrero: “no sé”. Mientras las “cabezas grandes”, como dijera alguna vez el Comandante Tacho, opinan sobre todo y pretenden que todo lo saben, el guerrero se asoma a lo desconocido con la misma capacidad de admiración que se tiene ante algo nuevo. Cuando salimos al camino que nos marcamos con la Sexta Declaración, no repartimos juicios y recetas. Escuchamos y miramos para aprender. No para suplantar o dirigir, sino para respetar. El respeto al otro, a la otra, es como nosotros decimos “compañero”, “compañera”.
2.- Estar al servicio de una causa materializada. No se trata de luchar por quimeras, ni de engañarse sobre el enemigo, la batalla, las derrotas, la victoria. Sabemos que hay y habrá dolores, algunos sin ningún alivio posible, como el dolor de la muerte de Alexis Benhumea, nuestro compañero y estudiante de esta universidad, terminado de asesinar por el gobierno hace un año. Y hay otros que requieren un paciente cultivo de la rabia, como el de saber a nuestras compañeras y compañeros presos de Atenco: Nacho, Magdalena, Mariana, por mencionar sólo a tres de ellas y ellos.
Pero sabemos también que esos y estos dolores que no cicatrizan tienen rumbo, destino, final. Y que esa gran causa que nos motiva no inhibe o subordina las causas de todos los tamaños, sino que precisamente en ellas se materializa.
3.- Respetar a los antecesores. La memoria es el alimento vital del guerrero. El agua donde abrevamos es nuestra historia. No sólo como zapatistas, no sólo como indígenas, no sólo como mexicanos. Donde otros leen y repiten derrotas, para así justificar rendiciones, nosotros leemos enseñanzas. Donde otros ven personajes, líderes y héroes, nosotros vemos pueblos enteros cumpliendo la función de maestros a la distancia, en tiempo, geografía y modo. La historia de abajo no es sino una inmensa memoria colectiva.
4.- Existir para el bien de la humanidad, es decir, la justicia. Ojo: no dije “para tomar al poder”, ni “para llegar a un cargo público”, ni para “pasar a la historia”, ni “para desde arriba solucionar lo de abajo”. Digo, en cambio, nombrar y traer acá a esa otra gran ausente en el camino del de abajo: la justicia. Y no porque esté en algún lado, escondida, esperando que alguien que se cree iluminado la encuentre y venga y nos la obsequie, y nuestros calendarios se llenen de monumentos, bustos y estatuas, sino porque es algo que se construye como se construye todo lo que nos hace seres humanos, es decir, en colectivo.
5.- Para esta batalla que sabemos difícil, e interminable agregaría yo, debemos dotarnos de armas y herramientas que nada tienen qué ver con lo que ahora se encuentra en las páginas de cualquier periódico o en los noticieros televisivos. Armas y herramientos que no son sino las ciencias, las técnicas y las artes. Y de entre todas ellas, la de la palabra.
Por algunas circunstancias de las que ahora no voy a hablar, los zapatistas tendemos a ver y mirar mundos para los que no hay todavía palabras en los diccionarios.
Pero así como vemos las cosas lejanas como si estuvieran a la vuelta de la esquina, vemos las cosas cercanas e inmediatas con el reposo de la distancia y el tiempo que creamos con nuestra propia geografía y nuestro propio calendario.
Lo más importante (y lo más olvidado) es que el guerrero debe cultivar la capacidad de ver hacia delante, imaginar el todo compuesto y terminado, prever los subes y bajas del camino, los contratiempos y su solución. Debe ser sabio en la lucha, esto es: en determinar cuáles son los puntos esenciales de una situación, dónde deben aplicarse qué esfuerzos y cuáles combates deben ganarse o perderse.
El guerrero debe poner atención y dedicación a las cosas pequeñas y a las grandes, las superficiales y las profundas, y trazar así una especie de mapa tridimensional donde cada parte adquiere un sentido preciso según lo dicta el todo, y el todo sólo adquiere razón y legitimidad en cada una de sus partes.
Así, el guerrero debe buscar el ritmo, es decir, el acompañamiento entre las partes del todo. Y no la velocidad que termina por dejar lo importante por atender lo urgente.
En nuestra ética, entonces, se trata de no pensar indignamente, para no actuar deshonestamente. Aprender siempre, siempre prepararse, conocer todos los caminos posibles, sus pasos, sus velocidades, sus ritmos. No para todos andar, sino para saber de todos, con todos caminar y llegar con todos.
No es al hoy, a lo inmediato, a lo efímero, que vemos. Nuestra mirada llega más lejos. Hasta allá, donde se ven a un hombre o a una mujer cualquiera, despertarse con la nueva y tierna angustia de saber que deben decidir sobre su destino, que caminan por el día con la incertidumbre que da la responsabilidad de llenar de contenido la palabra “libertad”.
Hasta allá miramos, hasta el tiempo y el lugar donde alguien le regala a alguien algo. Y es tan lejos que no se alcanza distinguir si es una flor rrroja o una estrella o un sol lo que de una a otra mano se tiende.
Nuestra ética tiene ese destino.
No sólo por eso, pero también por eso, es que sabemos que vamos a ganar…
Muchas gracias.
Desde el auditorio Che Guevara, en la otra Ciudad Universitaria de la UNAM.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Junio del 2007.
0 comentarios:
Publicar un comentario